TE ODIO, SAN VALENTÍN

Te odio. Sí, a vos. Te hablo a vos, San Velentín del orto. No es personal, que se entienda. Tampoco es a vos, mi amor, a la persona a la que amo (casi) todos los demás días del año, que le digo esto. Bueno, está bien, lo admito: hoy también te amo, mi amor. Te amo con todo lo que me cuesta amar el día de hoy. Porque lo que odio es este día meloso, empalagoso, previsiblemente cursi.

       Tampoco es un problema la cursilería en sí. No, ni siquiera eso. El problema es la cursilería impuesta. La cursilería personal es algo que celebro, como todo lo autogestivo. La policía del buen gusto debería legalizar la cursilería para consumo personal. Finalmente, siempre hay un contexto que pone a las cosas en su lugar de excelencia.

       Podemos denostar los frentes de las viviendas revestidas con restos de azulejos. Pero nuestro desprecio funciona si lo vemos en la casa construida por un tano que llegó a Gerli, a Sarandí o a Wilde e hizo lo que pudo. Cuando vemos el mismo procedimiento realizado por Antoni Gaudí en el Parc Güell, en Barcelona, ahí nos conmovemos frente a lo que consideramos una obra maestra.

       La cursilería es constitutiva del amor romántico. Y quienes ejercemos esa forma de amor somos conscientes del riesgo que implica. Ya el riesgo arranca con el ejercicio del amor romántico. Con ese tipo de amor vinculado a los celos, a la violencia, a la posesión, a la falta de libertad.

       ¿Se puede ejercer el amor romántico sin renunciar a la libertad? Por supuesto. Los límites no existen cuando se trata del deseo, de la libertad. Y ese ejercicio nos lleva irremediablemente a discriminar, a elegir nuestros límites. Inclusive cuando elegimos con libertad.

       Una libertad que siempre se puede implantar masivamente, que siempre es posible de manipular por los mecanismos que hace que las cosas se impongan en las masas. Fue así que un día tuvimos que fumarnos a San Valentín.

       ¿Qué sigue? ¿El Día de Acción de Gracia? ¿Cuánto falta para que tengamos un día en el que miles, millones de mesas familiares se reúnan alrededor de un pavo rostizado? ¿Quién será el encargado (o la encargada) de trinchar el pavo? ¿Va con salsa de arándano? ¿Y para el postre? ¿Pastel de piña? ¿Malvavisco?

       No pretendo ponerme chauvinista. Podría, pero no quiero abordar el asunto desde el punto de vista de la tilinguería. Una tilinguería despreciable. Pero por el momento, prefiero pasar de eso. Porque hay algo mucho más grave, que en general se pasa por alto. Porque la tilinguería es sólo la punta del iceberg.

       El amor impuesto, el amor con su día de consumo, el amor celebrado una vez al año, el amor con su cursilería digitada, sólo puede ser un amor de mierda. Y deja en claro que hay algo peor que el amor romántico: la caricatura manipulada del amor romántico.

       De repente, las cloacas del odio se transforman en usinas de amor prefabricado. ¡Hasta en Twitter este día se permiten unas palabras de amor masticadas por Pablo Neruda, o quien un meme dice que escribió Pablo Neruda, pero quién sabe.

       Si quienes odian, de repente aman, la única respuesta posible es un “te odio”. Al día, al mundo, a la humanidad. Lo digo con la misma intensidad con la que soy capaz de permanecer abstemio todo el Día de San Patricio o ver Peppa Pig en Halloween.

       Te odio, San Valentín. Te odio, amor fingido, amor vacío, amor de calendario, amor con fecha de vencimiento. Te odio. Lo siento mucho, pero así de romántico soy. Y no va a venir ningún santo a convencerme de que las cosas deben ser de otro modo.

Publicada originalmente en LAVACA.ORG. Ver acá https://lavaca.org/notas/te-odio-san-valentin/