Lo bueno de vivir en un barrio cerrado es la seguridad. Podés caminar tranquilo por la calle, no pasan autos, nadie te molesta. Por eso estoy contento de vivir en este barrio cerrado. No, no es un country. Tampoco en una zona arbolada, ni de campo, ni de montaña. Yo vivo a unas pocas cuadras del centro de Buenos Aires, a una cuadra y media de avenida 9 de Julio, a cinco de Plaza de Mayo. Pero tenemos G 20 y, por el momento, vivo en un barrio cerrado.
Salgo con Trilce de casa y me pongo a caminar por la calle. Trilce camina por la vereda y me pide que suba. “Papá, ahí pasan autos”, me advierte. “No, Trilce, hoy se puede caminar por la calle”, le explico. “Pero sólo hoy”, le aclaro, no vaya a ser cosa de que desande el camino de educación vial que trato que transite. Llego a la esquina. Veo hacia los cuatro costados y en todas direcciones hay vallas que impiden el tránsito de vehículos. Y policías. Muchos policías. Muchísimos policías.
Por la calle pasan policías de la ciudad con remeras, gorras, tranquiles. En las esquinas, donde están las vallas, hay gendarmería. Ahí sí, el personal está un poco más sobrecargado: escudos, máscaras antigases, armas largas, chalecos antibalas. Qué calor que debe sentir, pobre gente. Con Trilce cruzamos una valla por el único espacio que queda, un lugar donde sólo pasa una persona, y vamos hacia la avenida 9 de Julio. Los gendarmes nos miran, pero no dicen nada.
Me llega información de colegas que están en la sala de prensa. Están a las puteadas y, obviamente, en varios idiomas. Parece que el predio tiene de todo: restaurantes, show de tango, exposición y venta de productos típicos, tragos, barra. Bueno, casi de todo. Porque hay un pequeño detalle: la sala de prensa no tiene wi fi. ¿Qué les pasa a los periodistas de todo el mundo? ¿No les gusta el tango? ¿Desprecian el dulce de cayote? ¿No se quieren comprar un lindo poncho? ¡Insaciables!
La 9 de Julio está desierta hasta Independencia. De Independencia al sur hay una manifestación de gente que viene a protestar contra el G 20. Tras las vallas, la protesta, que a esta altura forma parte de las cosas que tienen que pasar en el G 20. Tirar un par de piedrazos es parte del folklore de este tipo de encuentros. Llevarse gente detenida, también. Como le pasó al apoderado del PTS, que lo detuvieron por tener un handie. ¡Menos mal que me avivé! Yo iba a salir de casa con un par de latas y un piolín pero al final me arrepentí. Zafé de pedo.
Por la 9 de Julio y las paralelas pasa muy poca gente caminando. Poquísima, si se la compara con la enorme cantidad de efectives de las fuerzas de seguridad. Ojo, no quiero decir con esto que les efectives de las fuerzas de seguridad no son gente. Yo tengo un amigue que está en una fuerza de seguridad, no discrimino a nadie.
Me escribe alguien conocido que trabaja en Cancillería. Me cuenta que las autoridades bajaron la orden de vestir a los diplomáticos de gauchos y a las diplomáticas de chinas. No de chinas de China, no vaya a ser cosa que después se la confundan con alguna integrante de la delegación, como pasó con el presidente. No, de chinas de campo, de compañeras del gaucho. Les diplomátiques se opusieron. Porque serán diplomátiques pero no ridícules. Finalmente acordaron que los hombres usaran corbata y las mujeres pañuelo, ambos con el logo del G 20. Como para que el mundo se sienta orgulloso de nosotres.
En la calle hay de todo: policía de la ciudad, policía federal, gendarmería, prefectura. Voy con Trilce de la mano por la vereda ancha de Bernardo de Irigoyen, casi llegando a Chile, mirando la 9 de Julio desierta. De repente viene un carro blindado, frena violentamente, bajan rápidamente dos efectivos con casco, botas altas y chaleco antibalas y le gritan a un grupo de unes 15 policías que están en la esquina: “¡Dos efectivos con escudos!” Velozmente, dos policías (o gendarmes, o prefectos, perdón pero para un civil como yo son todos iguales) se acercan al carro y el que gritó se pone a bajar del carro unos sánguches envasados y unas botellas chicas de agua mineral. “¿Cuántos son?”, pregunta. Y baja tantos sánguches y botellas como efectivos hay en la esquina. Entonces descubro que los escudos transparentes también se pueden usar como bandejas.
Mientras tanto, allá en el escenario pasa de todo. Trump deja pagando a Macri; Peña Nieto vino y se va porque deja el cargo en medio de la cumbre; Putin y el jeque de Arabia Saudita se saludan como dos millenials; Macron lee a Borges y va al Parque de la Memoria; ¡hasta hubo un pequeño sismo! No estamos en Mendoza, ni en San Juan, ni en una zona cordillerana donde suele haber esa clase de movimientos de la Tierra. Pero si había un día para que hubiera un sismo en Buenos Aires, ese día era hoy.
“¿Vive acá, señor?”, me pregunta el policía cuando intento cruzar otra valla. Voy con Trilce de la mano, con la bolsa de las compras en la otra. Voy en bermudas, remera y ojotas. “¿Y a usted qué le parece?”, pregunto como respuesta y sigo caminando por el medio de la calle sin mirar atrás. Espero que el tipo me diga algo, pero no, no escucho nada. Me imagino el embole que se deben estar comiendo esos canas. Así son las cosas: cuando te amenazan, te persiguen o te increpan, los canas son los seres más desagradables del mundo. Pero cuando los ves ahí, sufriendo, sudados, embolados, medio que te apiadás de ellos. Pobre gente.
“Mañana abierto toro día, para mí día normal”, me había advertido ayer la china. Y como necesito comprar un par de cosas, allá voy. El súper chino de la otra cuadra de casa está más custodiado que el mismísimo presidente chino. Y al menos nadie lo confunde. Eso sí, está vacío. “Poco criente hoy, no mucha gente en calle”, me dice la china cuando le pregunto cómo viene la venta. Quiero saber qué opina de la cumbre del G20 y de la llegada al país de su presidente. “Muy malo G20, poco criente, poca gente en calle”, insiste, en el análisis más profundo que escucho en el día sobre esta cumbre.
Todo muy lindo, se puede caminar por la calle, no hay autos, pero la cantidad de policías intimida. Volvemos a casa con Trilce. Aquí estamos más tranquiles. En casa, Trilce juega con sus juguetes de la inglesa Peppa Pig y los rusos Masha y el Oso. Pienso en decirle que le está haciendo el juego a Theresa May y a Vladimir Putin. Pero me callo la boca. No por lo que vaya a pensar ella. Es que desde el cielo se escucha el ruido de varios helicópteros y temo que me estén escuchando y me confundan con un espía. Desde que llegó el G 20 y el barrio ya no es lo que era.
Publicada originalmente acá https://www.lavaca.org/notas/postales-de-una-ciudad-sitiada/