FERNANDO PEÑA, LA PERSONA DETRÁS DEL PERSONAJE

¿Qué hago, la lavo o la dejo así? Mi mochila está empapada de tequila y de repente recuerdo la obra “Merda d’artista”, una latita con los excrementos del artista italiano Piero Manzoni (1933-1963). Esa obra, de 1961, fue en su momento la mayor representante de la teoría que indicaba que el arte ya no debía ser creado, sino tan sólo señalado por el artista. En la misma época, el argentino Alberto Greco (1931-1965) creaba los vivo-ditos, unas obras que consistían en señalar con círculos de tiza aquello que él consideraba que era arte. Hoy, durante un almuerzo que comenzó a las cuatro de la tarde, en un restaurante mexicano ya vacío de la localidad de Acassusso, Fernando Peña volvió, sin mencionarla, sobre aquella teoría del arte. Pero lo hizo como él hace las cosas: con una actuación descollante y desmesurada, mucho más práctica que teórica, pero con una contundencia imposible. Y para explicar qué es el arte tomó elegantemente su copa de margarita, la alzó como si fuera a brindar, vació el contenido en el piso y me dijo: “Esto es arte”. Pero claro, el hecho artístico fue ese gesto. No mi mochila ahora, con olor a tequila. Mejor la lavo y listo. Y empiezo por el principio.

-¿Cuándo te rajan de la radio?

-A las diez de la mañana, cuando termino. Siempre me rajan. Todos los días me echan. De verdad te digo. A las diez de la mañana siempre hay un jerárquico que está atrás del vidrio y me hace gestos para que me vaya.

      -Bueno, pero eso ya lo sabías, tenés un horario y todo eso. ¿Pero cuándo te echan, te levantan el programa?

      -Y, no sé, no tengo la bola de cristal.

      -Te pregunto porque una vez ya te rajaron y ahora te volvieron a llamar de la misma radio.

      -Lo que pasó es que yo estaba con Diego Ripoll en Metro y nos hicieron como un pase, nos hicieron creer que nos llevaban a la Rock & Pop y nos mostraban espejitos de colores. Y nos cagaron la vida porque era un horario de mierda, y perdimos la franja de 10 a 14. Después ya se pelearon conmigo, porque en Cucuruchos en la frente yo hice la encuesta de cuántas veces Duhalde se la cojía a Chiche, y se enojó Duhalde y nos echaron a la mierda. Y estuve dos años sin aire. Ahí me llama Bonomi, de KSK, Kosiuko, y estuve ahí…

      -Exiliado.

      -Sí, una especie de Radio Vietnam. Y ahora me llamaron de vuelta de la Metro, y estoy muy contento. Igual tenía la fantasía de abrir el programa el 6 de febrero y decir: “Estoy muy contento de haber vuelto y de que me hayan llamado, yo me merecía este espacio, y ahora renuncio”. Pero no lo hice porque me pagan muy bien. Lo cual me provocó una gran tristeza, porque yo pensaba que la plata me importaba menos de lo que en realidad me importa.

      -¿Nunca te habías dado cuenta de que te importaba tanto la plata?

      -Te juro que no. Lo que pasa es que tengo muchas deudas. Debo como ciento y pico de mil pesos, de un casino y de otras cosas, y hay que pagarlo. O sea, no es sólo por la plata, es un paquete de cosas… pero igual la fantasía de hacer eso estaba. Después tampoco lo hice porque, tengo que decir la verdad, eso se puede hacer nada más que en Estados Unidos; y la gente ahí lo entiende y pasás a ser un genio. Acá sos un problema. (Pone voz de ejecutivo de radio) “No, no lo llames a Peña porque te planta el programa”. Acá no entienden el juego.

      -¿Y cómo seguiría ese juego, si lo entendieran?

      -Y, me quedaría sin aire dos semanas, y después el gerente de programación pediría disculpas, me llamarían a mi casa, yo no contestaría, habría fotos, cámaras, notas diciendo “Peña no quiere volver a la Metro”, e iríamos a los abogados, porque yo firmé un contrato, y vuelvo de mala gana. Y yo diría: “Está bien, vuelvo. No tengo ganas de hacer este programa pero lo voy a hacer igual, porque si no tengo que pagar 20.000 pesos durante dos años de multa”. Eso sería genial, pero no se animan a eso. Pero bueno, yo tenía muchas fantasías de hacerlo. Estoy vieja. Si lo hubiera agarrado hace cinco o seis años lo hubiera hecho.

      -Bueno, igual que te guste la guita es otra cosa, ¿no? Qué sé yo, hacerlo para comprarte un yate, o una 4 x 4, o algo así…

      -No, no, yo tengo que pagar deudas. Es práctico. Y además tenía como una especie de venganza. Yo quería volver porque yo armé esa radio, junto con Diego Ripoll, y fue muy ingrato lo que nos hicieron. Yo quería volver. Plantarme y decir “acá estoy, esta es mi casa”.

      -¿Qué otras cosas sentís que acá no entienden y en Estados Unidos dirían “es un genio”, como dijiste antes?

      -No, en Estados Unidos sólo eso. Qué sé yo, sería genial que Coca Cola decidiera poner un aviso en Barcelona. Pero para no quemarse, para ustedes fuera Caca Cola. Entonces la gente diría “mirá vos, la Coca Cola, como juega”. Pero bueno, no se animan a nada.

      -Bueno, ¿pero hay algo que no te entiendan?

      -A mis personajes muchas veces no los entienden. Cuando yo hago a Delia de Fernández y digo que 30.000 desaparecidos son pocos, piensan que yo pienso que tendría que haber más montoneros muertos. Y no, yo lo que estoy demostrando es que hay gente de mierda en este país que piensa eso. O cuando me desnudé en el homenaje a Santaolalla, que dijeron “se puso en bolas”. No, no me puse en bolas, yo me desnudé. Uno se pone en bolas para cojer. Desnudarse es una entrega, es un acto de amor, es un despojo. Y eso nadie lo vio. En los diarios salió “Peña hizo otro papelón”, “Se puso en bolas”. Y eso me duele, me molesta, y estoy cansado.

      -Está bien, pero por por más que pienses que no te entienden, seguramente ahora, después de tanto tiempo de no entenderte, te entienden un poco más. ¿Sentís que tenés una actitud un poco pedagógica?

      -Sí, un poco sí, siempre fui un poco maestra.

      -Bajás línea…

      -Es una frase que me hincha un poco las pelotas. Es enseñar a amarnos.

      -Insisto, bajar línea.

      -No, bajar línea es querer que todo el mundo viva bajo tus reglas. Esto es enseñar a amarnos. Es distinto. Yo quiero amor. Parece cursi, suena horrible y da vergüenza ajena. Pero es eso: amarnos.

      -Bueno, pero…

      -Pero nada, es eso. Si vos querés que te conteste otra cosa no te la voy a contestar. Es amarnos. ¿Pero qué, a ver?

      -Que vos hablaste de enseñar…

      -Sí, tenés razón, pero no es enseñar, es mostrar. Es muy distinto. Enseñar es poner nota, y yo no tomo examen, yo muestro. Realmente suena horrible, pero nos tenemos que amar.

      -¿Y provocar qué es para vos?

      -Es mi forma de marcar el camino. Cada uno tiene su forma. El Pastor Giménez convocaba gente en un cine en Lavalle. Yo voy con la contramarcha y muestro lo horrible que es mucha gente para que la gente vea. En realidad es muy claro, no sé lo que pasa. Será que me pinto las uñas, que soy gordo, pelado, que tengo sida, no sé. Muestro un monstruo para que sepan que eso no es. Lo que pasa es que la gente no se mete a jugar y piensa que cuando yo hablo como mis personajes, esa es mi opinión.

      -¿Sos un tipo muy metódico?

      -En ciertas cosas sí. Con mis libros, con mis discos, con mi llegada al teatro. Pero no con mis sentimientos.

      -¿Cómo es tu rutina diaria?

      -Me levanto a las cinco y cuarto, me pasa a buscar el remís a las seis, voy a la radio hasta las diez, y después según el día. A veces sigo de largo, como hoy, y a veces duermo hasta las seis. A veces voy al cine, pero no soy nada rutinario.

      -Te lo pregunto porque tenés un montón de actividades diarias con horarios precisos. Y pensaba cuánto tiempo te dejan esas actividades para estar a la altura del mito del Peña descontrolado…

      -Es que mi descontrol no pasa por no seguir una rutina. Pasa por una obediencia al capricho. Yo obedezco a mi capricho, y para mí eso no es un descontrol, es un total control de mis voluntades. Sería un descontrol no hacer lo que yo quiero, eso sí sería una catástrofe.

      -¿Y cómo hacés para levantarte todos los días a las cinco de la mañana?

      -No, con el horario está todo bien, lo pedí yo, porque a mí me cuesta más levantarme a las 9 y media de la mañana que a las 5 y cuarto. No sé por qué, pero está en mi naturaleza.

      -¿Y qué haces a las cinco y cuarto?

      -Hace poco aprendí a usar la computadora y entonces leo todos los diarios. El primero es El país, de España, que lo tengo como página de inicio. Y después Clarín, La Nación, y voy leyendo distintos diarios.

      -¿Siempre te gustó leer los diarios?

      -Sí, siempre. Pero por una cuestión de claustrofobia. Si yo no leo lo que pasa afuera me siento excluido. Será porque nunca me llamaron a jugar. Viene por ahí. Nunca tocaban el timbre de mi casa para decir: “¿Está Fernando?” No, podían prescindir de mí. Entonces leer los diarios a la mañana es conectarme con el mundo de afuera. Si yo no leo los diarios me siento muerto. Y esto me pasa aunque no tenga el programa de radio.

      -¿Y qué buscás en los diarios?

      -Las noticias raras. Los titulares los sabe todo el mundo, así que los descarto. Y de esas noticias raras busco un tema.

      -¿Cuáles son las noticias raras?

      -Por ejemplo, hoy salió una noticia rara de un chico de seis años que se desnudó delante de una chica de seis años y están analizando si eso fue abuso… ¡es amor eso! Entonces hice una pregunta al aire que era: “¿Cuál fue tu primer amor?” Ese amor que te late la poronga y no sabés qué hacer, por dónde empezar, y te arde el labio. Doy vuelta la noticia: en vez de convertirla en escándalo, trato de pensar “esto nos pasa a todos”.

      -El amor del que hablabas antes…

      -Sí, aunque esto es calentura más que amor.

      -¿Y a vos cuándo te latió la poronga por primera vez?

      -Un día que con un amigo mío que se llamaba Guillermo Chitarroni armamos una carpa en el jardín de mi casa. Yo tenía 11 ó 12 años y él tendría 16. Tenía una pija enorme. Yo me fui a dormir en la bolsa de dormir y jugábamos a que nos íbamos de campamento, y estaba mi hermano, los chicos de enfrente, éramos como seis en la carpa. Y yo me fui a dormir al lado de él. Él era un pendejo al que le gustaba toquetear pendejos. Y a mí me gustaba que me toquetearan. Entonces me puse boca abajo, y le empecé a mostrar el culito, y él me empezó a tocar el culo, y a los diez minutos a mí me empezó a latir la pija contra el pasto. Y cuando me empezó a latir le dije “basta”. Y ahí me di cuenta que el amor no existe, que es solamente acabar.

      -¿Cómo que el amor no existe? ¡Me acabás de decir que tu misión es difundir el amor!

      -Y sí, es muy probable que yo esté tratando de propagar algo que no existe. Creo que existe el amor hacia las cosas, pero hacia las personas es muy difícil. Nos estamos metiendo en un tema muy filosófico, pero realmente creo que es muy difícil amar. Me di cuenta hace seis años, eh. No te vayas a creer que nací así, con esta mentalidad de mierda. Hace seis años empecé a ser más escéptico y a pensar en estas cosas.

      -¿Y tiene que ver con el fin de algún amor?

      -No, no tiene que ver con pareja. Está relacionado con un sentimiento de amar al prójimo.

      -Bueno, si existe el amor hacia las cosas, ¿qué representan para vos el teatro y la radio?

      -El teatro es mi vida. A mí me encanta estar en la radio, lo disfruto, pero podría estar sin hacer radio, porque no es lo más importante en mi vida. Nunca lo fue.

      -No fue algo que vos buscaste…

-No, a mí me buscó Lalo (Mir). Y le agradezco, fue y es mi padre radial, pero lo que yo busqué siempre fue el teatro. Pero sin el teatro no podría vivir. Porque yo no actúo, yo vivo en el escenario. Por eso a veces las funciones me salen como el orto. Porque yo vivo en el escenario y no ensayo ni tengo nada planeado.

      -¿Tampoco hay texto?

      -Sí, hay un texto, pero no ensayo. Y es así que me encuentro con las cosas que me encuentro. Sé que soy un actor caótico, desordenado, la gente cuando me viene a ver dice “mmm, pensaba que iba a ser otra cosa, me desilusionó”.

      -Bueno, toda la gente no, porque tenés muchísimo público…

      -No, obviamente, pero en general provoco una desilusión en el teatro. Que a lo mejor cuando lo vas a ver dos o tres veces te pasa como con una canción fea, que te termina gustando. Soy muy caótico en el escenario, y es en donde le pido a la gente que me quiera.

      -Todo esto que contás te pasa en tus obras, donde vos actuás, escribís y dirigís. ¿Pero qué te pasa cuando te tenés que adaptar a una obra de otro, con un elenco y un director?

      -Me adapto como el orto. Cada vez estoy más lejos de eso y no quiero hacer ni televisión ni obras de otros. Para mí el verdadero ser viviente (porque no quiero usar la palabra actor), el que vive en el escenario, tiene que interpretar lo que escribió. Soy fanático de (Antonin) Artaud, me siento muy identificado con él, lo descubrí hace tres o cuatro años, antes no tenía idea de su existencia. Y cuando comencé a leerlo, porque me lo recomendó un oyente, dije “este soy yo”. Y ahí pensé “bueno, entonces hay antecedentes de este movimiento”.

      -¿Antes de conocer a Artaud te sentías un marciano?

      -Y, claro, porque no tenía referencia para atrás. En cambio ahora alguien puede decir “se parece a Artaud”. Y teniendo esa referencia ya no puedo ser tan malo. No estoy tan solo. De todos modos, lo que quiero que quede claro es que yo no quiero hacerme el moderno ni el transgresor. Simplemente quiero hacer lo que quiero hacer. Y ahí es donde la gente se confunde y cree que yo me pinto las uñas porque quiero impresionar. No, yo me pinto las uñas porque soy una marica. Y yo en el teatro disfruto porque me parece que es mi momento donde necesito que me admiren. Y estoy muy orgulloso cuando lo hago. Pero se acaba la función y otra vez soy corriente. A mí me cuesta mucho ser corriente, tengo una vanidad muy exagerada. Entonces en el escenario soy un pavo real.

      -¿Qué relación tenés con la cocaína?

      -Fantástica. Sé que hace mal, pero no me importa, la consumo y me gusta. Y no pienso compartir ese sentimiento con nadie. No trabajo para la DEA, ni quiero dar clases a nadie. Es un tema mío, privado, y déjenme de joder.

      -Justamente es eso lo que me llama la atención. Esa condición tuya de consumidor no conflictuado y, por lo tanto, no adicto.

      -Eso que me estás diciendo habla muy mal de tu relación con la cocaína (risas). No, en serio, para mí no es un tema. Para mí un tema es mi relación con mi mamá, no mi relación con la cocaína. Tomar cocaína es como fumar o hacerse la paja, son vicios. Basta.

      -¿No hay conflicto?

      -No, no hay. ¿Querés que haya?

      -No, lo que pasa es que esta falta de conflicto me parece novedosa para lo que socialmente se quiere imponer como “el terrible flagelo de la droga”.

      -Entonces no viniste a escucharme y querés torcer mis respuestas. ¿Y si te hago yo un reportaje a vos? ¿Con qué te drogás?

      -Con buseca, vino tinto, marihuana y flan con dulce de leche.

      -Esto no vas a ponerlo, seguro. Entonces después quedo yo como un boludo.

      -Por supuesto. Pero dale, ya que no podemos hablar de cocaína hablemos de tu mamá. Ese sí es un tema, ¿no?

      -Era un tema, hasta que escribí “La burlona tragedia del corpiño”. Ahora no es más un tema. Me liberé de mi madre.

      -¿El teatro te sirve para eso, también?

      -¡¡¡¡El teatro…!!!!

      -¡Uy, cierto que el teatro es la vida!

      -¡Si no tengo el teatro me mato! Yo por cada problema que tengo por año escribo una obra. Una vez estaba muy enamorado de un chico que se llamaba Matías Queen y escribí “Yo, chancho glamoroso”, una obra donde él se enamoraba de mí, y yo me enamoraba de él, y lográbamos una pareja. Y ahora estoy enamorado de un chico que se llama Patricio y la obra que voy a hacer el año que viene se llama “Al agua pato” (risas). En serio, es terapéutico. Por eso te digo que yo no soy actor, soy un ser viviente que sufre y goza en el escenario, y la gente paga para verme descargar. Y yo no sé por qué extraña razón la gente viene. Pero viene. Soy muy buen actor, pero yo no iría a ver a un tipo que tiene problemas personales.

      -¿No irías a ver a un tipo como vos?

      -No, realmente no. Lo criticaría, diría “se hace el moderno, es un pelotudo, que vaya a un psiquiatra, mejor voy a ver a Norma Aleandro”.

      -¿Vas a ver teatro?

      -Sí, muchísimo.

      -¿Qué ves?

      -De todo. Voy al off, voy a Corrientes, veo revista, las obras del San Martín, el Callejón… me gusta todo, porque para mí sirve todo. No soy de esas personas que dicen “Corona no me gusta”. No, me gusta todo y de todo saco algo. No es copiar, es que me multiplico.

      -¿Qué fue lo último que viste?

      -El ballet contemporáneo de Mauricio Wainrot. Y hubo un último cuadro, que se llama “Bésame mucho”, que casi me mata, terminé llorando, no podía salir del teatro. Y después voy a ver “El champán las pone mimosas” y me encanta.

-¿Qué es lo que te gusta de El champán las pone mimosas?

-Y, el vodevil, lo burdo, las minas, el culo, las tetas, lo básico de que una mina aparezca con un uniforme de mucama y que haya un tipo mirándole el culo. Me encanta. La escenografía de mierda, también, me parece genial. Que alguien se anime a poner eso y que vayan 400 personas por noche, ese fenómeno me parece genial. Y yo también soy una de esas 400 personas, porque me encanta. No creo que haya nada feo en la vida. Me parece que todo tiene su forma bonita.

-¿Todo?

-Todo. Escucho a Baby Etchecopar. Con eso creo que queda claro que es todo, porque peor que eso… y lo escucho y me divierto, me río. Y lo detesto, y no estoy de acuerdo, y a veces me lo encuentro en el lavadero de autos y le digo “sos un hijo de mil putas pero te quiero”. Y él me dice “vos también”. Y es muy raro, qué sé yo. Es… matrimonio.

-¿Amor?

-No, no es amor. Es morbo.

-Antes hablaste de tu vieja. ¿Y con tu viejo qué pasó?

-Mi papá fue el único que entendió mi homosexualidad. Y se lo dijo a un socio de él, de una manera muy poética. Le dijo: “A Fernando no le gusta el fútbol”. Y a mí me pareció genial. Y nunca me dijo nada, mi papá. El problema fue mi mamá. Yo soy homosexual porque a mí me gustan los hombres, pero mi inclinación dentro de mi homosexualidad es con mi madre. Por eso cuando yo cojo con una mujer, en un punto siento que se me baja. Cojo, cojo, cojo, la tengo parada porque miro la pija, los huevos, la concha, estoy con ese morbo, y la domino, porque es más chiquita que yo, y me siento el macho, y me toco los pelos, pero en un punto se me cruza mamá y se me baja la pija.

-Cero Edipo…

-Claro, no tengo ese Edipo de querer cojerme a mamá. No quiero cojerme a mamá, porque a mí cuando mamá me tocaba la cabeza, yo la sacaba. Y no tuve la inteligencia suficiente como para saber que esa era mi mamá, pero el resto de las mujeres no eran así. Asocié todo y tuve ese quilombo con las mujeres. Siempre siento que el amor de las mujeres es estratégico. En cambio los hombres siempre quedan pasmados. Como vos ahora. En cambio una mujer ahora siempre estaría buscando la doble respuesta. Por eso me fascinan, mis mejores amigas son mujeres. Pero yo no puede hacer el amor, ni coger, ni estar en pareja con alguien que es tan perverso. Yo quiero parejas hombres porque yo los domino.

-¿Para entrevistarte también es mejor una mujer?

-Sí, toda la vida. (piensa) Y no. Porque me hubiera interrumpido mucho, también.

-¿Te molesta que te interrumpan?

-No, pero tal vez no hubiera sacado lo mejor de mí.

-¿Quién sentís que sacó lo mejor de vos?

-Yo. Yo me salvé. Yo estaba destinado a ser un enfermo. Y yo produje y pude inducir esa enfermedad y la pude transformar en arte, haciendo una burla de todo ese quilombo. Y el único que tuvo la fuerza para hacer eso fui yo. Me ayudaron varios psiquiatras, pero si yo no hubiera tenido la decisión y en un momento no me hubiera mirado al espejo y no hubiera dicho “puto, si acá no virás sos un enfermito y te queda el ribotril y ser un medicado”, si no hubiera sabido yo hacerme cargo de esa deformidad y convertirla en algo bello y hermoso, no estaría acá. Yo saqué lo mejor de mí. Y no es vanidad y no es pedantería. Es simplemente un gran reconocimiento a mí mismo. Y no creo en la modestia al pedo, y creo que cuando uno debe reconocer algo en uno debe hacerlo, porque si no vienen los complejos, las boludeces y la falta de amor propio. Hasta ahí llegué, yo me debo eso. Otra cosa sería si yo te digo “Yo soy genial”. No, no, no, yo me salvé.

-¿Te salvaste de que te mataran los personajes?

-No, no, no, porque en ese momento estaba lejos de los personajes. Me hubiera matado yo, me hubieran matado mis pajaritos en la azotea. No, esa cosa de “¿Fernando, vamos a jugar al fútbol?”, y yo “no”, y entonces “puto, maricón, deforme”, y mi madre “andá a jugar al fútbol”, y yo “no quiero, no me gusta”, y ella “sos un anormal, todos los chicos juegan al fútbol”, y yo “bueno, yo no”, y ella “¿qué hacés en tu cuarto encerrado?”, y yo “disfruto”, y ella “pero hay sol, ¿cómo vas a ir al cine con sol?”, y yo “a mí me gusta”, y ella “¿y por qué te ves todo el día con Pedro?”, que era mi mejor amigo de la secundaria, y yo “y, porque me gusta estar con Pedro”, y ella “¿y no te gusta estar con otros chicos?”, y yo “no, quiero estar con Pedro”, y ella “¡qué relación extraña! ¡No quiero que Pedro venga a dormir nunca más!”. Me torturaron. Alguien cuando lea esto puede pensar “se hace la víctima”. No, no me hago la víctima, soy una víctima. Pero lo pude revertir. Mi madre era muy brava. Tenía una pija así. Y tengo padre ausente.

-¿Y cómo fue el clic? ¿Recordás un momento preciso?

-Sí, el día en que mi mamá me dijo “no quiero un puto en mi casa”. Y entonces me miré y me dije “¿optás por la comodidad de quedarte en tu casa, o te vas?”. Y me fui a la casa de Juan Carlos Coronel, que era peluquero y era mi amigo, y vivía en la calle O’Higgins, en Núñez. De ahí nació el personaje de Roberto Flores. Y hoy vive y te lo puedo presentar. Viví un año y medio con él.

-¿Ese fue el momento en que sentiste que zafaste?

-Y, sí. Porque si no me comía el águila, que era mi madre.

-Pero antes dijiste que te salvó el arte…

-El arte es irse. Todo es arte. Yo hago esto (tira el margarita que está tomando en el suelo) y es arte. Porque todos los que están mirando se quedaron asombrados, seguramente pensando “uy, está drogado” o “uy, está loco”. Cuando vos producís que alguien se despierte, eso es arte. Entonces irse es arte. Yo sentí una gran angustia por irme, mi mamá sintió un gran dolor: eso es arte. El arte no es algo lindo. El arte, para mí, es una emoción. Y es para pocos.

-¿Y en esa época lo tenías tan claro?

-No. Pero ahora tampoco lo tengo claro.

-Bueno, pero lo estás expresando bastante claramente. ¿Cuándo tuviste claro que eso era arte?

-Ahora, cuando me lo preguntaste vos. Pero en ese momento fue aire, fue una necesidad.

-¿Y el teatro cuándo apareció?

-Eso estuvo siempre, desde chiquitito. No hace falta un escenario: siempre fingí, siempre mentí, siempre engañé, siempre jugué, siempre atrapé la atención del otro, siempre. Soy muy vanidoso, no puedo soportar que no me presten atención. Y eso es el teatro. Y me cuesta mucho ser Fernando, porque hablo en serio, y ahora seguramente termina esta entrevista y me deprimo y me angustio. Porque hablé de mí. Y no me gusta hablar de mí. Me cuesta mucho ser yo. Es más fácil ser el payasito o emocionar a través de otras cosas.

-¿Por qué te cuesta?

-No tengo idea. Me da mucha vergüenza hablar con mi voz. Empiezo a hacer cosas raras, no sé. Me da vergüenza, es eso.

-Sin embargo, siempre sos de contar todo…

-Sí, pero eso es distinto. Cuento mis actos, pero no cuento mi esencia. Yo puedo contar que chupé cuatro pijas anoche y no me da vergüenza, pero si te cuento lo que hacía yo solo encerrado en mi cuarto, sí me da vergüenza. La vergüenza es muy individual, muy relativa.

-¿Te imaginás sin teatro?

      -Sí, y el día que me falte lo más probable es que me muera. No ese día, pero entraré en una depresión, no me bañaré, voy a llamar a tipos para que me cojan, me hundiré en la droga, no atenderé el teléfono y bueno, me marchitaré. Porque morirse no es biológico, es desaparecer. Y le tengo pánico a que el teatro no funcione.

-¿Fantaseás con eso? ¿Creés que puede sucederte?

-Claro, tengo unas pesadillas tremendas. Pienso “la gente no lo va a poder soportar y no va a venir nadie más”. Porque creo que no se van a dar cuenta de que es amor, van a pensar que es una agresión.

-¿Y cuándo sentís que ese momento está cerca?

-En un momento de la obra canto un bolero que se llama “No la quiero más” y me corto la pija. Y cuando estoy con el cuchillo, que es de verdad, con la pija y los huevos, hay mucha gente que se tapa los ojos, y mucha gente que se va. Y el final es hermoso, es que si me la corto puedo seguir amando a la persona y mucho más. Pero no me dejan acabar. O piensan que soy un loquito, que me voy a cortar la pija, que quiero impresionar o escandalizar al pedo. Y no es así.

-¿Eso te da miedo?

-Sí, tengo miedo de que el tiempo me gane y que yo no pueda demostrar lo que quiero. Es como en el supermercado, cuando las cosas van por la cinta más rápido de lo que la cajera las puede agarrar. Tengo miedo de que la gente no entienda. Pero sigo ahí porque no voy a ser demagógico, no pienso torcer el brazo. Porque ahí sí me daría mucha vergüenza existir.

(Publicada originalmente en revista Playboy, mayo de 2006)