Para entender la historia de la inmigración judía en Basavilbaso hay que pedirle a Teresa que nos abra las puertas. Ella tiene las llaves. Podría ser una metáfora, pero no, es literal. Así como su hermano Hugo se ocupa de cuidar la memoria en el cementerio, en las afueras de la ciudad, Teresa Arcusin tiene las llaves de los edificios más emblemáticos de la colonia judía más importante de Entre Ríos.
Teresa tiene la llave para abrir las puertas de las sinagogas y de la sede de la AMIA. Y también la capacidad para contar esa historia fascinante. Fue en Basavilbaso donde se asentaron las cuatro principales colonias de la Jewish Colonization Association: Novibuco I y II y Ackerman I y II.
A su vez, estas cuatro colonias o aldeas conformaban la Colonia Lucienville, llamada así en honor a Lucien, el único hijo del barón Mauricio de Hirsch (fundador de la JCA) que murió en 1887.
Los primeros colonos llegaron provenientes de Rusia en 1892. Y el 12 de agosto de 1900 un grupo de estos inmigrantes fundaron en la Colonia Novibuco I la primera cooperativa agrícola de Sudamérica, llamada también Lucienville. Es por eso que la localidad ha sido declarada “cuna del cooperativismo agrario argentino”.
Sin dudas, Basavilbaso es un lugar clave para intentar buscar respuestas cuando nos preguntamos qué significa ser argentino. Por la cultura, por las tradiciones, por cómo se adaptaron costumbres de lugares remotos a este lugar en el centro de la provincia de Entre Ríos. Y también por el tipo de organizaciones políticas y sociales que generaron esos inmigrantes.
La pregunta al llegar a Basavilbaso no tiene tanto que ver cón qué pasó allí, sino con qué queda hoy de todo aquel pasado glorioso y heroico. Entonces, lo del comienzo: lo mejor es mirar las manos de Teresa cuando sostienen ese enorme manojo de llaves que protegen la historia, concebida como una forma de construir un futuro.
En Basavilbaso comenzó la historia de cómo fue que este goy terminó escribiendo en las páginas de esta ilustre revista judía. Las llaves de Teresa nos llevaron primero a la sede de la AMIA. Que es el primer lugar que hay que visitar, sí o sí. En la casa donde funciona la AMIA hay un cuarto con muchísimos objetos de inmigrantes, que es como un pequeño y muy nutrido museo.
Allí pueden verse carnets, kipás, instrumentos musicales, periódicos en idish, libros en hebreo, objetos de la vida cotidiana de hace un siglo, alcancías de las que se usaban para recolectar fondos para la creación del estado de Israel, entre un montón de otras muchísimas cosas que nos ayudan a entender tanto el pasado como el presente.
En una de las paredes se anunciaba que estaba a la venta el CD en homenaje a Basavilbaso que grabó mi amigo, el gran cantante Enrique Grimberg. Y había un dibujo de otro amigo, Sergio Langer, donde presentaba a Enrique como “el Frank Sinatra de Basavilbaso”.
Tomé una foto, se las mandé a ambos, y la respuesta inmediata fue “No lo puedo creer. ¿Qué hacés en Basavilbaso?”. Cuando les conté que estaba recorriendo las colonias, Enrique me dijo: “Tenés que escribir unas crónicas para Nueva Sion”. Y acá estoy.
De la AMIA fuimos a comer a Las Comidas de la Bobe. Porque hay que aclarar algo importante: en Basavilbaso existe un excelente lugar donde comer knishes, varenikes, gefilte fish y demás delicias judías del este europeo. Quien cocina es Marta Dalleves, que tiene restaurante en su casa y además hace catering.
Marta en realidad es goy. Pero está casada con un judío y aprendió a cocinar con su suegra. Este dato es muy propio de Basavilbaso: de cómo los colonos judíos se integraron y marcaron a esta zona de la provincia. Es allí donde se entiende que lo de los “gauchos judíos” es algo rigurosamente cierto.
Además de disfrutar de una riquísima comida judía, ir a comer a lo de Marta significa entender esa historia. Desde cómo fue que hubo que cambiar el arenque por la boga (y hasta el sábalo), hasta enterarnos que hace 80 años, en Basavilbaso, los criollos que pasaban vendiendo pescado gritaban “¡Fish!”, porque habían aprendido algunas palabras en idish para poder venderles a una gran cantidad de gente que hablaba ese idioma.
Las llaves de Teresa nos llevan ahora a las dos sinagogas de la ciudad. La primera no está en funcionamiento: la sinagoga Beth o Beit Abraham, popularmente conocida como la “Shill de los Arbetn”. O sea, en idish, la “sinagoga de los trabajadores”. Es la más pequeña y simple, pero al mismo tiempo resulta entrañable. Fue construida por los artesanos en 1917, con los oficios adquiridos Europa.
La simpleza le da una gran calidez y belleza. Se nota que fue hecha con amor y mucho esfuerzo. Y es magnífico el trabajo en madera. Es una pena que no esté funcionando y sería bueno que tuviera una buena tarea de reciclado. Pero así y todo, es imprescindible visitarla si alguien va a Basavilbaso.
Luego las llaves de Teresa nos abren las puertas de la Sinagoga Tefila L’ Moisés. Y en este caso sí, las dimensiones son inmensas. Sobre todo para una pequeña ciudad como Basavilbaso, que hoy no llega a los 10 mil habitantes.
Los textos que la describen en los libros o en los folletos turísticos hablan de “estilo ecléctico”. Pero bien podría considerarse como “estilo Basavilbaso”. El templo es altísimo, con un cielorraso abovedado, de madera pintada, muchos ornamentos, y una gran cantidad de butacas en un primer piso, que dan a la nave central.
Finalmente, es indispensable visitar la Sede Social de la Cooperativa Agrícola Lucienville y, sobre todo, la Biblioteca Lucienville, también perteneciente a la cooperativa. Además de una magnífica colección de libros en idish y hebreo, el edificio cuenta con un salón que se utiliza para reuniones sociales, además de realizarse espectáculos de teatro, cine y música.
Las manos de Teresa terminan de cerrar la última puerta. Y por un lado, tranquiliza saber que la historia está al cuidado de quienes saben y aman preservarla. Pero también la sensación es que estamos ante una historia abierta.
La historia de un pueblo errante que supo echar raíces y construir un futuro. En un país donde la identidad es la suma de múltiples identidades: las de quienes vivían en este territorio desde hacía varios siglos y las de quienes llegaron de los barcos por motivos bien distintos.
Esas llaves que ahora cierran los templos para preservar la memoria son las mismas que mañana abrirán las puertas del futuro para indicarnos que en Basavilbaso, la historia es historia viva.
Publicada originalmente en revista NUEVA SION. Ver acá http://www.nuevasion.com.ar/archivos/31272