LA MEMORIA, LA IDENTIDAD, EL AMOR AL PAGO Y EL REMEDIO PARA EL ALMA (UN GOY EN LAS COLONIAS JUDÍAS 4)

Si uno va a Villa Domínguez con la idea de se la conoce como “la París de Entre Ríos”, al llegar seguramente pensará que se trata de una broma. No parece haber similitud alguna entre la capital francesa y este modesto pueblo de apenas 2000 habitantes, menos de la mitad de los que tenía hace 70 años.

      El tiempo de Domínguez parece haber pasado ya, sobre todo desde que no llega más por allí el ferrocarril y en la estación crece la maleza a la par del olvido. Sin embargo, si hay algo que se mantiene vivo en Domínguez es la memoria.

      Llegar a Domínguez es llegar a un lugar de una tranquilidad absoluta. Y llegar a Domínguez a la hora de la siesta, en verano, es llegar hasta el centro de una calma que para alguien de la ciudad puede resultar entre exasperante e incomprensible.

      Decía que se la conoce como la París de Entre Ríos. Y aunque parezca disparatado, el asunto tiene su lógica: Domínguez tiene un trazado de diagonales, que confluyen en una plaza. Desde la ruta, se accede hacia el centro de la ciudad a través de avenida San Martín, un boulevard que, siguiendo la analogía parisina, vendría a ser la Champs Elysées entrerriana.

      Obviamente, el pueblo es tan modesto que desde el límite del pueblo hasta el centro de la plaza hay apenas unas seis cuadras. Pero esto no quita el trazado parisino. La plaza ocupa el lugar del Arco del Triunfo. Allí confluyen cuatro avenidas, lo que hace que la plaza forme un octógono. Frente a la plaza de Domínguez no hay una iglesia, pero sí una sinagoga.

      La sinagoga está cerrada y para visitarla hay que concertar previamente con el circuito de colonias judías. Para llegar hasta el edificio hay que atravesar un extenso jardín, desde una reja. El hecho de que esta plaza “parisina” tenga una sinagoga habla de lo importante que fue para Domínguez la colonización judía del proyecto del Barón Maurice de Hirsch, la Jewish Colonization Association (JCA).

      Aún está en pie en Domínguez el edificio del Fondo Comunal, la institución cooperativa más importante de la región y del país. En su época de esplendor, el Fondo tenía 1200 socios, pertenecientes a las 49 colonias que agrupaba la JCA en la región.

      Además de ser la cuna del cooperativismo, Domínguez fue también el principal centro de la cultura judía de Entre Ríos. Por el salón de la biblioteca Sarmiento estuvieron de visita escritores como Alberto Gerchunoff, Israel Zeitlin (César Tiempo), Samuel Eichelbaum, Rafael Alberti o Isaac Bashevis.

      El salón de la Biblioteca Sarmiento era, además, la sede de uno de los tres cines que tuvo la ciudad en su época de esplendor. Lejos ya de aquella época de gloria en la que fue el centro de la cultura judía de la provincia, hoy a Domínguez le toca ser centro de otro ejercicio fundamental: el de la memoria.

      Para un goy como quien esto escribe, la fascinación por estas colonias no tiene que ver, obviamente, con ancestros directos. No hay aquí abuelos, ni bisabuelos. Los antepasados de este Marchetti González llegaron desde Toscana, el Piamonte, Galicia y Castilla-La Mancha.

      Sin embargo, la fascinación pasa justamente por entender qué es algo tan humano como una identidad. Una identidad que puede ser geográfica y puede incluir a este territorio llamado Argentina. Pero también una identidad en general: eso que precisa de una tradición (con raíces profundas y firmes) y al mismo tiempo, de un dinamismo que mantenga viva y haga florecer esta raíz.

¿Cómo conviven eso supuestamente inalterable que es la identidad con la necesidad de reinventarse que necesita esa identidad para estar viva, crecer, desarrollarse? En tensión, obviamente. Y no hay nada más fascinante que esa tensión que lleva a la reinvención.

En las colonias judías de Entre Ríos esa tensión es permanente. Los rastros de lo dinámica que resulta una identidad están por todas partes. Y eso por no mencionar lo que significa una identidad nacional, una identidad argentina. Eso que nos contiene a gallegos, tanos, rusos, turcos, chinos y tantísimas identidades más.

Esa es la gran riqueza de las colonias judías. Pero, sobre todo, esa es la gran riqueza de Villa Domínguez, el tesoro que está guardado hoy en esta antigua colonia judía. Porque allí vive quien tiene más claro que nadie de qué se trata esto: Osvaldo Quiroga.

Osvaldo es el fundador y director del Museo Judío de Villa Domínguez. El museo fue fundado en 1985 y funciona en lo que era una de las antiguas farmacias del pueblo, en una esquina a una cuadra de la plaza.

El amor de Osvaldo por la historia es casi tan grande como el rigor y la seriedad con la que clasifica cada uno de los objetos y documentos que llegan al museo. Osvaldo, además, digitalizó una gran cantidad de material. Esto permite a algún descendiente de un colono poder recuperar su historia personal.

La fotógrafa y periodista Laura Szerman, por ejemplo, llegó a Domínguez con el dato de que su abuelo había nacido en Concepción del Uruguay. No sabía mucho más, pues en su familia no tenían mayores precisiones.

Cuando le consultó a Osvaldo por el asunto, pudo enterarse de que su bisabuelo, Gregorio Umansky, llegó desde la región de Uman, en Ucrania, hasta Entre Ríos. Que la JCA le asignó 500 hectáreas en la colonia de San Antonio, y que su hijo Fernando (o sea, el abuelo de Laura) en realidad nació en Basavilbaso.

De todo eso se enteró Laura gracias al trabajo de Osvaldo. El museo es fascinante, además, por la cantidad de objetos (cartas, pinturas, fotos, candelabros, instrumentos musicales, documentos, utensilios, ropa), que permiten imaginar distintos aspectos de la vida cotidiana en las colonias. Por último, llama la atención el nombre de la farmacia: Noé Yarcho.

Yarcho fue el primer médico de la zona. Pero además, tenía una particularidad: se lo conocía como “el médico de almas”. Quiroga cuenta que a Yarcho lo llamaban así porque entendió que, más allá de las enfermedades conocidas, los hombres y mujeres de las colonias sufrían serios trastornos psicológicos, producto del desarraigo.

Quiroga es un especialista en la historia de Yarcho, alguien que no sólo comprendió los conflictos humanos propios del destierro, sino que además fue un pionero del sistema cooperativo argentino. Yarcho también fue el fundador del primer Centro Sanitario Israelita de América del Sur.

“Todo está guardado en la memoria”, canta León Gieco. Y sí, es cierto. Tan cierto como que buena parte de la memoria de las colonias judías de Entre Ríos es el remedio más poderoso en esa farmacia de Villa Domínguez, a una cuadra de la plaza octogonal, que tiene una sinagoga y que nos remite a París.

Por eso, mientras la tradición se reinventa, siempre nos quedará Villa Domínguez.

Publicada originalmente en revista NUEVA SION. Ver acá http://www.nuevasion.com.ar/archivos/30959