EL MILAGRO DE LA LEALTAD

La autopercepción parece ser lo que define la identidad sexual de esta época. Ya nadie es aquello que la biología o la medicina dice que es. Lógico, lo que define a la sexualidad es el deseo.

      El deseo es el motor y al mismo tiempo un signo de individualidad. Eso que parece ser la gran enseñanza del movimiento. ¿Del movimiento trans, transexual, travesti? No, del movimiento peronista.

      Mucho antes de que las travas, el peronismo nos enseñó la importancia de la autopercepción. ¿Qué es lo que hace falta para ser peronista? Autopercibirse peronista. Con eso basta. A partir de esa autopercepción une pasa a ser compañere.

      El 17 de octubre funciona entonces como fecha fundacional de esa autopercepción. Una fecha que, históricamente, habla de una movilización popular inédita y del nacimiento de un actor social nuevo en la política argentina. Pero espiritualmente nos recuerda que alguna vez ocurrió un milagro.

      Como en el cristianismo, lo histórico queda relegado a un segundo plano cuando es la fe lo que define a una identidad. El 17 de octubre fue una fecha histórica crucial en la historia argentina porque nos recuerda que allí sucedió un milagro. El milagro del nacimiento de una identidad.

      Eduardo Duhalde dijo alguna vez que “el peronismo tenía un Día de la Lealtad porque tenía los otros 364 días del año para la traición”. Una ocurrencia aguda y certera, que no hace más que agigantar el mito. Porque la traición es constitutiva de las identidades.

      El Día de la Lealtad es la Navidad del peronismo porque funciona como el recordatorio de que cualquier cosa puede pasar si se pertenece a esa identidad. Si se ejerce la autopercepción.

      ¿A qué debería ser leal el peronismo? Precisamente, a esa autopercepción tan difícil de definir, tan sencilla de ostentar. La complejidad en el ejercicio de la identidad tiene que ver con que el peronismo requiere, por definición, un accionar político.

      Existe una dimensión espiritual del peronismo. Pero cada peronista busca ser alguien que actúe políticamente. De modos bien distintos, antagónicos por momentos, por real voluntad transformadora o por simple ejercicio del poder.

      ¿Se puede pensar en el poder por el poder en sí? ¿O el poder es algo a lo que se accede siempre por voluntad transformadora? ¿Es el peronismo una identidad para cambiar la sociedad? ¿O es simplemente un dique de contención creado por los sectores oligárquicos para llevar adelante esas transformaciones?

      Si se repasa la historia puede pensarse que todo eso y más. La teoría de que el peronismo contenía socialmente la revolución fue un argumento utilizado desde una izquierda que jamás acertó al comprender al peronismo. Y el viejo sueño progresista de terminar con el bipartidismo en la Argentina lo hizo realidad la derecha.

      Lejos de estar muerto, el peronismo sigue encarnando una especie de esperanza para los sectores más postergados. Tal vez sea este el legado de un movimiento surgido el 17 de octubre de 1945 y que llevó adelante el proceso de inclusión social más grande de la historia argentina.

      Tan grande fue esa transformación que 73 años después esa identidad funciona como el recuerdo de que el milagro es posible. Sin embargo, Perón dejó el poder tras 10 años. Por un golpe de Estado, es cierto. Pero también con una sociedad donde la mitad lo odiaba, incluida una clase media que él había creado con la inclusión social.

      Algo similar a lo que le ocurrió al kirchnerismo, hace apenas tres años. ¿Fue el peso de la corrupción del Gobierno? ¿Fue el accionar de grupos mediáticos? ¿Fue el enemigo externo? ¿Fueron sus propias limitaciones? Me inclino a pensar que un poco de todo eso junto.

      Si miramos alrededor, en el Continente, en aquello que supo ser el “sueño de la Patria Grande”, las cosas están más o menos igual. Movimientos populares que mejoraron las condiciones de vida de la gente pero que no resolvieron la pobreza estructural. Atacados por grandes corporaciones mediáticas, pero atravesados por una corrupción enorme.

      Ninguno de estos gobiernos (con sus diferencias enormes) supo salir del modelo exportador de materias primas. ¿Por qué? ¿Nadie quiso? ¿O es que el sistema tiene un funcionamiento tan perverso que es imposible llevar adelante las reformas profundas que se necesitan para cambiar una sociedad?

      Si las cosas se pueden hacer de otra manera, si es posible una sociedad más igualitaria, ¿por qué ningún Gobierno “progresista” lo hizo? Frente a este desconcierto, ante esta falta de certezas, es lógico que aparezca la fe como salvación.

      Esa fe puede aparecer del modo más despiadado y reaccionario. Como pasa con la Iglesia Universal en Brasil, que está por llevar a Jair Bolsonaro a la presidencia.

      En la Argentina, esa identidad milagrosa sigue siendo el peronismo. Por ahora. Una identidad contradictoria, sí. Pero es lo que hay. La autopercepción que supimos conseguir.

      Mientras no podamos construir otra alternativa, mientras alguien no demuestre que realmente es posible vivir en una sociedad más igualitaria, habrá que seguir celebrando el Día de la Lealtad. Aunque sea a regañadientes, con el escepticismo propio del ateísmo.

      Por eso, a pesar de todo, desde lo más profundo de mi corazón ácrata, les digo:

      ¡Feliz día, compeñeres autopercibides!

      ¡Viva Perón, carajo!

Publicada originalmente acá https://www.lavaca.org/notas/el-milagro-de-la-lealtad/