DOLORES SOLÁ Y ACHO ESTOL, LA FUENTE DE LA ETERNA JUVENTUD

Son hermosos, son talentosos, son opuestos, son complementarios, son infinitos, son deslumbrantes. Hace ya 20 años que Dolores Solá y Acho Estol son pareja. Prácticamente el mismo tiempo que hace que fundaron esa otra pareja, pública, desafiante, de una intimidad visibilísima y con un personalísimo sello poético-musical-dramático-escénico. Un sello artístico que define a esta pareja artística llamada La Chicana.

         Una pareja que intentó ser un grupo, amagó tener otros cómplices, pero que finalmente, se asumió como eso, como una pareja. Una pareja que es una banda y son también una mujer y un hombre que conviven en una misma casa, con varios perros. A ellos se les van sumando músicos, cómplices, voyeurs de este universo lujurioso, a veces festivo, otras oscuro, y por el momento gótico.

“Antihéroes y tumbas”, se llama el nuevo disco de La Chicana. Y al título lo acompaña una bajada: “Historias del gótico surero”. Así, “surero”, un guiño absolutamente premeditado y estudiado al “gótico sureño”, ese género que inmortalizara William Faulkner con dosis iguales de maestría literaria como de talento de los norteamericanos para vendernos como propio algo reconocible en otros horizontes, en otras latitudes.

         Dice Acho: “El gótico sureño es una literatura de la decadencia de los grandes terratenientes del sur de los Estados Unidos tras la derrota en la Guerra Civil y el fin de la esclavitud. Nos dimos cuenta que había aquí una situación similiar en la pampa húmeda, en los grandes hacendados de la provincia de Buenos Aires, con la llegada del peronismo y las conquistas laborales. Borges es el gran autor del gótico surero. Y ese clima, esa impronta, esa lectura atraviesa el disco”.

         En la gráfica del disco están Lola y Acho en el campo, con gallinas y chanchos, en una estancia venida a menos, fotografiados con maestría por Marcos Zimermann. El disco tiene 16 canciones. Dos son instrumentales (una de Acho, en la que debuta como bandoneonista; otra de Tom Waits), el resto las canta Lola; seis son covers de distintos autores (uno de ellos del Indio Solari, “El silencio de los inocentes”), el resto son de Estol. Pero lo más curioso es que apenas hay tres tangos: “Cabecita negra” (de Agustín Bardi y Atilio Supparo) y dos tangazos memorables de Estol: “Bailarina rota” y “La uva”.

Poco tango para un grupo que fue fundamental en la renovación del género (sobre todo del tango-canción), desde la trinchera de los años 90. No por nada La Chicana reconoce como gran influencia a bandas españolas como Veneno, Pata Negra, Ketama o La Barbería del Sur, entre muchas otras, que refundaron el flamenco, fusionándolo con el blues, el rock y el soul. Lola y Acho se conocieron en España y ambos vivieron en directo aquella experiencia.

Dice Lola: “Este es un disco más bien folklórico. Hace tiempo que La Chicana no es un grupo estrictamente de tango. Creo que nunca lo fuimos, porque siempre metimos otros ritmos. Pero no nos interesa el tango. Hoy la mayoría de los artistas más populares del tango (exceptuando a Adriana Varela y Susana Rinaldi, que fueron grandes renovadoras de la escena en los 70 y los 90) caen en lugares comunes y no apuestan a nada nuevo. Entonces hoy para nosotros, antes de poner un tango lo pensamos mucho, le damos muchas vueltas. No queremos que dos tangos suenen parecidos en un mismo disco de La Chicana”.

Agrega Acho: “Para nosotros poner ‘La Chicana-tango’ era un guiño a aquellas bandas que ponían el nombre de su banda y al lado rock, blues, punk o reggae. Poner ‘tango’ hace 15 ó 20 años era una provocación. Por eso para nosotros el tango fue más que nada una cuestión juvenil. Yo en ese momento escribía muchos tangos, me salían fácilmente porque estaba conociendo un género. Ahora me cuesta mucho más”. 

         Acho y Lola tienen carreras solistas: Acho ya tiene cuatro discos propios (donde sólo cantan hombres: él e invitados), tiene su propia banda, dirigió un documental-manifiesto sobre el tango (el imprescindible “Tango en el Tasso”, que hay que ver para entender la música de Buenos Aires hoy, más allá de un título que espanta) y tiene una novela injustamente inédita. Lola va más lento: tiene un disco solista (“Salto mortal”, bellísimo) y aún no se anima a mostrar públicamente las hermosas canciones que viene escribiendo muy lenta y silenciosamente.

         Acho y Lola son, además, muy distintos. Lola ama la canción pop romántica de los 70 (es fanática del disco “El amor”, de Julio Iglesias, por ejemplo); Acho de los 70 escucha Pink Floyd, Genesis (de Gabriel, obvio) y mucho rock anglo experimental: “Si no puedo descifrar un misterio, la música no me interesa”, dice. Lola es radiante, luminosa, carismática; Acho es oscuro, enroscado, genial. Lola fluye; Acho no puede parar.

Explican que les cuesta ponerse de acuerdo en lo que hacen. A Lola le gustan los temas de Acho que cuentan historias, no los que son más introspectivos. A Acho le aburre estar tocando tres acordes todo el tiempo para sostener una letra que a Lola le gusta cantar. Dice Lola: “Discutimos mucho. Obviamente, La Chicana está en cada cosa que hacemos, no es que estamos en casa y dejamos de discutir cosas del grupo. No podemos separar la vida cotidiana de lo que pasa en La Chicana”.

Dice Acho: “A veces tengo la fantasía de conseguir al mánager ideal. Que sería alguien, que cumpla todas las condiciones de un buen mánager, que nos consiga fechas buenas, que nos maneje bien la carrera, pero que también sea el mejor psicólogo especialista en terapia de pareja y que nos ayude a resolver cada situación nuestra, a separar los tantos. Pero sé que estoy pidiendo demasiado”. Suena a fantasía, pero es probable que ya lo estén consiguiendo. Que madurar con clase y sea parte de concretar esa fantasía.

“Antihéroes y tumbas” es un disco maduro. Pero a no confundir: madurez para La Chicana no significa adultez. Y mucho menos resignación. Significa, en todo caso, extender los dominios del juego, de la sorpresa, de la profundidad sin artificios. La madurez de La Chicana no tiene nada de impostación. Tiene, eso sí, algo de la profundidad adolescente de los poetas malditos. Una madurez que no es envejecer: es ampliar los horizontes de la juventud. Algo que se parece mucho a la juventud eterna.

Publicada originalmente en la revista MU, julio de 2015.