crocs

Calzado que genera profundas antinomias en la sociedad argentina. Quienes lo defienden, consideran que representa una buena ecuación entre lo cómodo y lo práctico para afrontar el verano. Porque si bien es algo más cerrado que una ojota, también es cierto que es mucho mejor para caminar, porque no se sale con facilidad, es liviano y tiene más paso de aire que una zapatilla o un zapato. Quienes lo atacan lo encuentran antiestético, dicen que junta mal olor (por más que tenga agujeros, es un pedazo de goma) y que es demasiado caro. Sus detractores más acérrimos creen que se trata del equivalente para el pie de la máscara que usaba Hannibal Lecter en El silencio de los inocentes. Pero sus defensores contraatacan argumentando que quienes se oponen a las Crocs es porque nunca las probaron. Lo cierto es que este calzado logró una amplia difusión cuando un presidente se fotografió de manera “casual” (en lo que, obviamente, resultó ser toda una pieza de comunicación política) en un supermercado de la Patagonia, junto a dos supuestos ciudadanos que le pidieron que se sacara una foto con ellos. En esa foto, el presidente estaba en Crocs. La elección no es casual: para quienes manejan la comunicación presidencial, el calzado representa a la clase media que se toma un merecido descanso después de un año de trabajo. Aún no se ha realizado ningún trabajo académico serio sobre el impacto que podría tener en un proyecto de país serio tener un presidente en crocs. Y, sobre todo, cómo es posible salir adelante con un pueblo que aspira a caminar con las Crocs en los pies, por más que se encuentre de vacaciones.