URUGUAY, UN PAÍS SIN PERONISMO

Uruguay es un país raro para la Argentina. En principio, porque es un país con un buen funcionamiento institucional. No sé si los uruguayos lo sienten de este modo, pero para nosotros ustedes, uruguayos, son el republicanismo más extremo y, por qué no, exasperante. Un país que, en su republicanismo, prescinde de cuestiones tan argentinas como la fe: mientras la Argentina festeja como si fuera un campeonato mundial tener un papa argentino, el presidente uruguayo dice que no es católico y manda al vice a la asunción de ese papa.

Uruguay es también un país políticamente normal para la Argentina. Y eso es raro. Un país con una izquierda y una derecha. Bueno, está bien, existe eso de blancos y colorados, dos partidos tradicionales que no tienen mucha razón de ser más que el folclorismo local propio de los países americanos. Pero desde que surgió el Frente Amplio la cosa se puso más clara. Como en Chile, por ejemplo. Y no quiero caer en el lugar común de decir “como en los países serios”, porque en esos supuestos países serios también hay magnicidios. Pero sí como en la mayoría de los países de Europa occidental.

Aclaro: no estoy diciendo que el PSOE en España o el socialismo francés sean la ultraizquierda guevarista. Tampoco quiero venderles a mis amigos uruguayos la ilusión de que están gobernados por Fidel Castro, por más tupamaro que haya sido el Pepe Mujica. Pero dentro del juego democrático en el que vivimos, en Uruguay hay una derecha y una izquierda claras, bien definidas. En cambio en la Argentina tenemos algo propio, indefinible, inclasificable, inverosímil casi, llamado peronismo.

No, ni lo sueñen: no voy a intentar definir qué es el peronismo. En primer lugar, porque no podría. Pídanme que defina a dios, si quieren. Sí, escribo dios con minúscula porque soy ateo, pero así y todo prefiero intentar definir a dios que al peronismo. No, tampoco voy a intentar definir a dios. No me pidan definiciones. Ni tampoco cuál fue el origen del peronismo. Para mí que lo inventó la misma gente que hizo las pirámides de Egipto y Macchu Picchu. O sea, los extraterrestres.

El conflicto entre Uruguay y la Argentina surge básicamente de la falta de peronismo de Uruguay. Y lo digo así porque en la Argentina el peronismo es algo tan natural que nos parece antinatural no tenerlo. Lógicamente, desde Uruguay (como desde el resto del mundo) pueden pensar que el problema es la presencia de peronismo en la Argentina. Como sea, el peronismo ha transformado a Uruguay en un bastión del antiperonismo.

Uruguay es antiperonista porque es racional. Y el peronismo es pura irracionalidad. Existen elementos de racionalidad, por supuesto: las clases bajas argentinas se hicieron peronistas porque Perón les dio una dignidad, un estado de bienestar y una posibilidad de ascenso social que ningún otro mandatario argentino en la historia le había dado antes ni le daría posteriormente. No está mal, pero sucedió hace casi 70 años. Lo que siguió después fue un milagro. O sea, la irracionalidad.

No me quejo. Es más, como buen argentino, asumo que, en cierta medida, también soy peronista. Eso porque salí del closet. Y así como asumo mi lado femenino, también asumo mi lado peronista. Todos los argentinos deberíamos asumirlo si queremos vivir mejor, más relajados, más acordes a lo que somos, a lo que supimos conseguir. El problema es que hay muchos argentinos (y muchas argentinas) que no se atreven a salir del clóset. Argentinos (y argentinas) que no se animan a asumir su parte peronista.

Entiendo que haya argentinos anti peronistas. Lo que no entiendo es cómo no ven que en ese antiperonismo hay cierto peronismo. Es como la fe del hereje. Si sos hereje es porque te importa la fe. Puede que sólo para destruirla, pero no deja de ser una obsesión. Los argentinos anti peronistas son antiperonistas por pudor a asumirse. Los uruguayos, en cambio, son anti peronistas por desconocimiento, por incomprensión.

Ocurre, entonces, una confluencia muy extraña: los argentinos anti peronistas ven al Uruguay como una especie de paraíso. Lógico, se trata de un lugar donde podemos sentirnos como en casa y mejor aún. Porque es como una pequeña Argentina sin peronismo. Entonces los argentinos anti peronistas se fascinan con lo que sea: desde poder ir en los 70 a ver películas prohibidas como “Último tango en París”, hasta escuchar a un presidente tupamaro auténtico que putea a una presidenta montonera trucha.

Esto ocurre aún en la derecha. Sí, la derecha argentina se relame con las declaraciones del tupamaro austero y hasta le cae simpático el viejito. Lógicamente, los uruguayos no son tontos y, a diferencia de ciertos anti peronistas argentinos, saben muy bien que en todo argentino, lo sepa o no, hay un potencial peronista. Entonces los uruguayos desconfían, con razón, de todo argentino. Y más del que dice que no es peronista, porque saben que está escondiendo algo.

Tenemos muchas similitudes uruguayos y argentinos. Y tampoco quiero negar los enormes esfuerzos que hacen los hermanos uruguayos por entendernos. De otro modo, no se fumarían toda nuestra televisión más berreta. Pero todo tiene un límite: porque una cosa es mirar, entender y hasta disfrutar con los previsibles Marcelo Tinelli, Susana Giménez o Mirtha Legrand. Y otra muy distinta es intentar comprender algo tan complejo e inaccesible para la razón humana como es el peronismo.

(Publicada en revista LENTO, Montevideo, Uruguay, 14-7-2013)