LOS TAMBORES DEL KLEZMER (UN GOY EN LAS COLONIAS JUDÍAS 1)

La historia de la humanidad es la historia de los viajes. Todo aquello que llamamos cultura está atravesado por los viajes. La historia de la cultura es la historia de los grandes desplazamientos, de los éxodos, de las diásporas, de los exilios, de los destierros.

 El centro de la provincia de Entre Ríos es un lugar marcado por la diáspora. Villaguay es la ciudad más importante de la zona, con un centro alrededor de una hermosa plaza, con Iglesia, intendencia y banco.

A pocos metros de la plaza está la sinagoga y mutual israelita. Porque Villaguay es la ciudad alrededor de la que se asentaron los colonos judíos que llegaron a fines del siglo XIX.

La colonia más importante fue la de Basavilbaso, que está 60 kilómetros al sur. Pero alrededor de Villaguay hay algunas colonias judías más, con muchísima historia. Una de ellas es la de Ingeniero Sajaroff.

Sajaroff se llamaba Capilla. Paradójicamente, en 1892 Capilla se tranformó en una colonia judía. Fue rebautizada así en honor a uno de los colonos judíos, Miguel Sajaroff, el dirigente más importante, el que creó la primera cooperativa agrícola de Entre Ríos, pero también de la Argentina y de toda Sudamérica: la Cooperativa Fraternidad Argentina.

Los judíos trajeron una cultura del este europeo, hablaban en idish, crearon bibliotecas, escuelas y sinagogas. Pero también trajeron ideas colectivistas sobre el trabajo y la producción.

Miguel Sajaroff fue un pionero de la economía popular y del cooperativismo. No sólo en las colonias judías: en todo el país. Sajaroff era ingeniero, recibido en Alemania, porque en ese momento Rusia no les permitía a los judíos ir a la universidad.

Ingeniero Sajaroff es hoy un caserío con menos de 400 habitantes. No hay iglesia frente a la plaza de Ingeniero Sajaroff. Pero sí una sinagoga, que está a un costado, sobre la calle de entrada al pueblo. La sinagoga hoy es un museo. Está bien conservada y se la puede visitar con guía. Vale la pena. Es una joya en medio del campo.

      Para llegar a Ingeniero Sajaroff desde Villaguay hay que tomar la ruta provincial 130, hacer unos 15 kilómetros y girar a la izquierda por un camino de ripio.

Un kilómetro antes de llegar a Sajaroff hay un cartel en la ruta que dice “Cementerio”. A la izquierda, yendo hacia Sajaroff, está el anunciado cementerio. Es un terreno en donde, si uno va sin saber qué es, va a ver unas veinte cruces de hierro viejas, oxidadas. No más que eso. Ese lugar es conocido como el “Cementerio de los Manecos”.

      Manecos era una forma en la que popularmente se llamaba a los afrodescendientes que llegaron a esa zona de Entre Ríos a mediados del siglo XIX, huyendo de Brasil. Y que a su vez eran descendientes de esclavos africanos.

      Los manecos llegaron desde los estados de Santa Catarina y Río Grande do Sul. Y cruzaban el río Uruguay porque de este lado había libertad de vientre (algo proclamado por la Asamblea del Año XIII) y en Brasil no. O sea, los hijos de los esclavos que nacían en la Argentina no iban a ser esclavos. En cambio, si nacían en Brasil, sí.

      A unos cientos de metros de la sinagoga estaba el Galpón de los Manecos, un lugar en aquel pequeño pueblo en el campo donde los afrodescendientes seguían con sus tradiciones.

El primer maneco fue Manuel Gregorio Evangelista. Era brasileño, negro y esclavo. Pero no quería morir esclavo. Y mucho menos tener hijos esclavos. Así que emprendió un largo viaje hacia el sur, a donde podía ser un hombre libre.

Cuentan que sobrevivió a una masacre de esclavos, en Brasil. Que se escondió bajo una pila de cadáveres. Que caminó varios kilómetros con grilletes y cadenas. Hasta que, hacia 1870, llegó a la zona rural de Villaguay.

Allí conoció a otros afrodescendientes que habían llegado a la zona como esclavos. Allí se casó y tuvo 13 hijos. Allí trabajó la tierra, hizo todo tipo de trabajos y se encargó de mantener viva su cultura y sus ancestros. Manuel Gregorio Evangelista fue la primera persona sepultada en el Cementerio de los Manecos.

Una de las características culturales distintivas de los manecos era la música. Una música que alternaba momentos alegres con lamentos. Y que estaba hecha con tambores y canto. Al menos en un principio. Porque luego fueron incorporando instrumentos, como la guitarra, el acordeón y hasta un bandoneón, el de un maneco conocido como el tío Sanso.

Los ritmos de raíz afro comenzaron a fusionarse entonces con el chotis, el chamamé o la polca. Sí, la polca, un ritmo del centro y este europeo, en el pueblo en el que convivían negros y judíos. Una prueba más de una integración natural y armoniosa.

La convivencia fue tan buena que algunos afrodescendientes entendían y hasta hablaban el ídisch; y se produjeron fusiones musicales que incluían el klezmer y los tambores. La integración fue tal que uno de los principales impulsores del rescate de la cultura afrodescendiente en la zona de Sajaroff fue Abraham Arcushin, un odontólogo judío, descendiente de colonos rusos, aficionado a la historia de la inmigración en la región.

Arcushin se apasionó por la historia de los manecos tanto como por la de sus propios ancestros. Y cuanta que lo hizo por una cuestión de reparación histórica y de gratitud personal: “Estos trabajadores ayudaron a los colonos europeos a conocer esta región, los manecos trabajaron mucho por este lugar”, asegura.

“La historia de los negros de América es la historia de los nadies”, dice Arcushin, que explica se puso a estudiar la historia de los Manecos al ver cómo estaba el cementerio. “El cementerio estaba al lado de un basural. Y el basural estaba indicado con un cartel, pero el cementerio no”.

Hoy eso está cambiando: no sólo el cementerio ya tiene su cartel, sino que la provincia, a través de la Secretaría de Turismo, está impulsando el rescate de esta historia.

Hace más de un siglo y durante varias décadas, dos pueblos que fueron víctimas de persecuciones, genocidio, pogroms, trata de personas, esclavitud y toda clase de estigmatizaciones, racismo y violencia, convivieron en total armonía en un pueblito del centro de Entre Ríos.

Hoy Ingeniero Sajaroff es un pequeño caserío al que se accede por un camino de ripio. En ese par de miles de metros hay rastros de una historia de viajes, identidades y culturas que vale la pena conocer. Una historia de exilios y destierros, pero también de esperanza y de sueños de libertad.

Una historia de negros y judíos. Una historia que demuestra que el respeto, la integración y la convivencia también pueden ser parte de la cultura. Y que también pueden ser un viaje. Un viaje hacia el pasado, mirando hacia el futuro.

Publicada originalmente en revista NUEVA SION. Ver acá http://www.nuevasion.com.ar/archivos/29726