EL PUEBLO DE MOISÉS Y SU SANTA FE (UN GOY EN LAS COLONIAS JUDÍAS 6)

Moisés Ville. Escrito así, el nombre no parece presentar mayor inconveniente. Pero el asunto es a pruebas de obviedades. Y, sobre todo, de tilinguerías. Nada de decirle “Moisesvil”, con acentuación en la i final, como se supone debería ser la pronunciación francesa de la que toma el pueblo su condición de tal.

      ¿Por qué el francés, por qué la “ville”? En realidad, el nombre elegido por los colonos fue Kiryat Moshe. Que en hebreo significa “Pueblo de Moisés”. Pero un agente inmobiliario prefirió anotarlo según el gusto aspiracional de fin del siglo XIX y comienzos del XX, cuando la hegemonía estética aún hablaba francés. Sin embargo, de aquello sólo quedó la escritura.

      Moisés Ville no es “Moisesvil”, sino que se pronuncia así, como suena en castellano argentino. O sea, “Moisesviye”. Así lo dicen todos los habitantes del pueblo de todas las épocas. Pronunciar “Moisesvil” implica una tilinguería ridículamente distante de ese pueblo en el centro de la provincia de Santa Fe. Algo así como decirle “Jarlingam” a Hurlingham o “Guaild” a Wilde. O “Monrou” a la calle Monroe.

      En cambio, entregarse a la realidad de Moisés Ville, y decirle Moisesviye, es entender la complejidad de un pueblo que parece haberlo resistido todo. Y valga, en este caso, toda acepción posible del término “pueblo”. Desde el pueblo judío hasta el pueblo en Santa Fe, el primer asentamiento de colonos judíos en la Argentina.

      Si las colonias del centro de Entre Ríos tienen como distintivo su organización y su planificación, lo de Moisés Ville nació desde el caos y la desesperación. Si en Entre Ríos hubo confianza y honor, en Moisés Ville hubo estafa y dolor.

      Claro que el resultado también fue distinto: por eso el pueblo tiene el nombre de Moisés y no de un gobernador o de algún apellido español. No, el mismísimo Moisés. El pueblo de Moisés en medio de la Santa Fe. Gauchos judíos en el pueblo de Moisés.

El contexto histórico y político donde comenzó todo fue el mismo: pogroms en Rusia, antisemitismo y la posibilidad de morir en un campo de trabajo forzado. Que es una forma un poco más elegante o autoindulgente de decir “esclavitud”. Frente a eso, la huida a la Argentina era una cuestión de supervivencia.

      Sólo un par de años antes de la llegada de los colonos a Entre Ríos, a través del programa de la Jewish Colonization Association, un grupo de judíos que escapaban de Rusia (más precisamente, de Ucrania, entonces parte del Imperio Ruso) llegó al centro de la provincia de Santa Fe.

Fueron 136 familias, 815 personas personas en total, que el 12 de agosto de 1889 llegaron al puerto de Buenos Aires desde la localidad ucraniana de Kamianets-Podilskyi, en el barco S.S. Wesser. El guía espiritual y comunitario de aquellos inmigrantes fue el Rabino Aaron Halevi Goldman.

      Desde Buenos Aires, aquellos inmigrantes se trasladaron al centro de Santa Fe,

donde supuestamente habían comprado unas tierras. La operación se había hecho en Ucrania. Pero cuando llegaron se dieron cuenta de que los habían estafado.

No tenían nada, no hablaban el idioma, no tenían idea de cómo eran las cosas aquí. La situación fue desesperante. Y se tornó trágica cuando empezaron a morir algunos, por hambre, por frío, por enfermedades. Con un límite que corre todos los límites del dolor: la muerte de niños y niñas.

Los judíos encontraron aquí solidaridad: sobre todo de un grupo de italianos que había llegado hacía no mucho. Hoy la ruta hacia el oeste, en Moisés Ville, es la avenida de los inmigrantes, en homenaje a aquella colaboración.

Cerca de allí se encuentra Humberto Primo, pueblo fundado por inmigrantes piamonteses, donde todos los años se celebra la Fiesta de la Bagna Cauda. Pero estábamos en la historia de la colonización judía. Ustedes disculpen, pero como goy de apellido toscano, la solidaridad entre judíos e italianos me conmueve especialmente.

      Como para que intentemos imaginar cómo fueron aquellos años dificilísimos de la llegada de los primeros colonos, el camino actual para llegar a Moisés Ville desde la capital provincial (son casi 180 kilómetros y se tardan unas tres horas) parece hecho a medida de esas dificultades.

Obviamente, no se puede comparar. Pero sí hay que decir que la ruta está en un estado deplorable. Llegar es algo engorroso. Y quienes más sufren son la persona que maneja y los amortiguadores del auto.

Por otra parte, Moisés Ville no está de paso de nada. Hay que ir especialmente al lugar para verlo. En medio del campo, sin río, lejos del Paraná y su litoral. Pero les juro que vale la pena.

Aquellos colonos que fueron estafados y no tenían absolutamente nada, pronto fueron socorridos por la JCA. Claro que los tiempos y las comunicaciones por aquellos años eran muy lentas, y más en el medio del campo.

Toda esa gesta está contada y documentada en el Museo Histórico Comunal y de la Colonización Judía, que lleva el nombre del Rabino Aarón Goldman.

El museo está frente a la plaza, en una esquina, y ocupa un edificio bastante importante para las dimensiones de un pueblo de 2300 habitantes. Allí puede hacerse un recorrido por la historia de Moisés Ville.

Una historia que incluye un periódico en idish, un teatro, varias sinagogas y la asistencia a los judíos que pudieron escapar del nazismo y buscar refugio allí. Es impresionante ver en ese Museo, en medio de la provincia de Santa Fe, tras atravesar kilómetros de pasto, baches y ripio, esos pasaportes con la cruz esvástica.

También pueden verse los artículos de la época, en el periódico local, condenando los crímenes del nazismo. El Museo es una joya, lleno de objetos y documentos que sirven para hacer un recorrido por esa historia fascinante. Pero sobre todo, ese museo es la mejor muestra de un pueblo orgulloso de su historia.

Como ocurre las colonias de Entre Ríos, aquí también hay mucha pasión por mantener viva esa historia. En este caso, nada mejor que recorrer el museo con su directora, Hilda Zamory.

Si van para Moisés Ville, hablen con ella, comuníquense con el Museo, visiten este lugar, métanse en esta historia: la del pasado del pueblo y la de quienes se apasionan hoy por mantener viva la memoria de aquel pasado.

Una historia que vive en quienes la mantienen viva. Y que continúa en quienes se interesan por conocerla. Pues conocerla es una forma de conocernos.   

Publicada originalmente en revista NUEVA SION. Ver acá http://www.nuevasion.com.ar/archivos/31669