disculpas

Acto casi inaceptable en la vida pública argentina. En la política, en los medios, en la vida empresarial o sindical, y en general en toda la dirigencia del país, cuando se torna evidente que se ha cometido un error, la primera medida es tratar de tapar el entredicho, y la segunda juntar pruebas que intenten justificar este error. Pero hay momentos de excepción: suceden cuando algún dirigente ha sido demasiado tozudo en sus decisiones y se torna demasiado evidente para la opinión pública que se quiere justificar cualquier error y seguir adelante bajo cualquier circunstancia. Es entonces cuando suelen aparecer, en su reemplazo, dirigentes que no sólo salen a reconocer públicamente sus errores, sino que hacen de este permanente pedido de disculpas una política de Estado, al igual que sucede en el personaje Juan Domingo Perdón, del programa de televisión “Peter Capusotto y sus videos”. Las disculpas funcionan en ese caso como gestos humanos en medio de la deshumanización que parece regir la política. Y más en una cultura judeo-cristiana donde el perdón y la penitencia funcionan como baluartes de la estructura moral de los habitantes de un país. En este caso, la Argentina. Las disculpas son una herramienta muy atractiva para ejercer el poder. Porque permiten a un gobernante impulsar medidas absolutamente arbitrarias e impopulares, inclusive algunas que se sabe de antemano que van a ser rechazadas. Si a pesar de lo nefastas, estas medidas logran ser impulsadas, el Gobierno se anotará un punto importante con los poderes que se beneficiarán con esas medidas. Y si las medidas generan mucho rechazo, el Gobierno dará marcha atrás (algo que ya estaba previsto de antemano), pedirá las disculpas del caso y se mostrará como dialoguista, civilizado y humano. E inclusive se podrá apelar a la supuesta grandeza de quienes saben reconocer sus errores, para seguir adelante con la frente alta y la moral intacta.