diálogo

Término al que se apela cuando se quiere dar muestras de sensatez política, de raciocinio, de madurez y de preocupación por los grandes temas nacionales. Si el acuerdo es el fin, el diálogo es el medio. Se trata de otro de los recursos que se invocan como un llamado a la cordura, a la mesura, a la racionalidad, cuando en realidad todo el mundo sabe que lo que importa no es el diálogo, sino la discusión. O, más bien, lo que importa es ganar esa discusión, imponer las condiciones y aniquilar al rival. Si bien puede pensarse que la política se basa en el diálogo (algo totalmente cierto), no es el tipo de diálogo al que se refieren quienes hablan de diálogo. El diálogo al que se alude públicamente de manera retórica supone un supuesto intercambio de ideas en el que cada una de las partes escucha a la otra para llegar a un consenso donde lo que priman son las mejores ideas. Es un diálogo ideal, que supuestamente puede ser algo importante para generar consensos en determinados ámbitos de la vida, tanto en la política como más allá de la política. Para aprender, para escuchar, para seguir adelante. En los hechos, el diálogo es en la política eso que se realiza mientras se mide la correlación de fuerzas y se analiza cómo ganar. En la práctica, para la política el diálogo no es más que un despliegue de poder en el que cada una de las partes trata de sacar el mejor provecho para hacer crecer su fuerza e intentar neutralizar (cuando no destruir) a su adversario. El hecho de que existan muchos factores para hacer y deshacer alianzas, no implica que esto tenga que ver con intercambio de ideas o la utópica construcción que existe sobre el diálogo. Muchas veces, aquello que se supone que es “diálogo”, no es más que apriete, amenaza, advertencia, o ultimátum. Y, sobre todo, el hecho de que exista diálogo no necesariamente implica que pueda llegarse a acuerdo alguno. Por otra parte, cuando se pierde una pelea, el diálogo funciona como un recurso al que se apela para dignificar una derrota. Se invoca al diálogo para explicar que no se ha perdido, sino que se le dio cabida al consenso y se han escuchado las razones de un rival. Porque en política, como en la vida, lo último que se hace con una derrota es admitirla.