Son unas diez cuadras donde la densidad de vendedores ambulantes por metro cuadrado se parece a cualquier feria de esas grandes, masivas, dominicales. Villa Domínico, Valentín Alsina, ponele el nombre que quieras. Pero esta “feria” arranca en el final de avenida Jujuy y se hace fuerte en Colonia, como se llama Jujuy después de Caseros.
En esta feria hay comida, bebida (litros y litros de cerveza) y el marchandasing trucho de la banda. Las remeras y gorras que estampa la gente parar ganarse un mango. El tipo de economía informal que sólo generan los fenómenos populares hipermasivos. En este caso, con una salvedad: el fenómeno popular hipermasivo en cuestión es también un fenómeno de culto.
La Renga es una banda para iniciados. La gente que los conoce, los idolatra. Y quienes no los conoce, no podría reconocer al Tete si entrara en un café. Quienes están allí podrían cantar de memoria todas las canciones. Pero quienes miran asombrados la cantidad de gente que camina por Colonia, no podría tararear ninguna.
Da la sensación de que los integrantes de La Renga no quieren ir más allá. Que están contentos con que la cosa sea así. Que hacen su música, su arte, su espectáculo, para quienes quieren escucharlos. Sin joder a nadie más. Con un sentido casi ecológico de convocatoria. Lo del “caminito al costado del mundo” que plantean en su canción “El revelde” (así, con V) es literal.
Por su magnitud, por la convocatoria, por la fidelidad, La Renga es el más grande ejemplo de autogestión que existe en la Argentina hoy. No la autogestión como declamación, sino como ejercicio. No como bandera, sino como necesidad vital para la existencia.
Es curioso: por un lado, la autogestión les permite hacer las cosas como a ellos se les canta, sin que nadie los joda ni los condicione absolutamente con nada. Por otro, esto no implica que no sean ambiciosos. Por el contrario, son terriblemente ambiciosos. Y no es que llegaron a hacer shows en estadios porque la convocatoria creció. Al contrario, los shows son en estadios porque lograron plasmar aquello que soñaban.
Soñar sin límites, desear sin condicionamientos: esa es la idea que tiene La Renga sobre la ambición. El resultado es esta fiesta maravillosa que montaron en estos seis shows memorables (estuve en dos y fueron grandiosos) que dieron en la cancha de Huracán. Una serie de shows con sonido impecable, la banda sonando mejor que nunca, una puesta increíble con seis pantallas, luces, drones que filmaban de todas partes.
Por decirlo en términos de comparación berreta, un show internacional, que no tiene nada que envidiarle a las grandes puestas de grandes estrellas de rock extrajeras. Pero puesto al servicio de tres pibes de Mataderos que soñaron tener su banda de rock. Con cada detalle cuidado al máximo. Para entrar, había que pasar varios controles, incluido un lector de hologramas para la entrada. Imposible colarse. Eso sí, cuando pasabas, la gente de los controles te decían: “Chicos, a disfrutar, esto es una fiesta”.
Los pibes no querían conquistar el mundo. Apenas querían ser felices. No hay en La Renga ningún deseo de conquista, de competencia. Hay, más bien, un deseo del deseo, las ganas de hacer lo que tienen ganas, sin que nadie le rompa las pelotas ni los condicione con cosas que no les interesa. Y con el deseo como motor y el delirio como techo para llevar adelante las cosas, hoy pueden hacer lo que quieren: ser felices y hacer feliz a la gente.
En épocas en que las multitudes están en la mira, en tiempos en que nos quieren hacer creer que no podemos cuidarnos, La Renga patea el tablero. Porque es importante cuidar a la gente, a los pibes, a “los mismos de siempre”, como les gusta llamarse a los fans. Pero mucho más importante es transmitir que debemos y podemos cuidarnos y pasarla bien.
Nadie sabe mejor qué es lo que queremos que nosotros mismos. Nadie puede tener claro qué es lo que soñamos, qué es lo que deseamos, que nosotros mismos. Y está en nosotros apostar, creer, arriesgar, intentar, y saber afrontar las consecuencias. No es que dejamos la vida en eso: eso, sólo eso, es la vida.
Esa es la gran enseñanza de La Renga: ser un detonador de sueños. No para soñar ser La Renga, sino para soñar sin límites aquello que somos o nos gustaría ser.
Publicada originalmente acá https://www.lavaca.org/notas/detonador-de-suenos/