PITY ÁLVAREZ E INTOXICADOS: DE BARRIO Y DE BARRO

“¿Viste que en las fotos todos quieren salir en limusín, con buena pilcha y todo eso? Bueno, nosotros nos revolcamos en el barro y en la basura. Ese es nuestro arte”. Con ustedes, el maravilloso mundo de Pity Álvarez, líder de Intoxicados, artista extremo, muchacho sensible, rocker, genio y figura de Villa Lugano. Bienvenidos al chiquero.

“Vamos, loco, de arrebato”. El pibe tiene, como mucho, 20 años, sostiene en una mano un cartón de vino y está apoyado contra una de las vallas de contención de Hangar, el boliche de rock de Villa Luro. Por una razón que sería largo de explicar, yo también estoy ahí, a la espera de mi acreditación para el show de Intoxicados, hace casi tanto tiempo como el pibe. “Vamos, dale”, me dice y confirmo que, efectivamente, me está hablando a mí. “Somos muchos más que ellos. Vamos, de arrebato, como en Avellaneda. Si en Avellaneda entramos, ¿por qué no vamos a entrar acá?”

Miro hacia enfrente y efectivamente hay mucha gente sentada en la vereda esperando quién sabe qué y si se lo propusiera podría lograr grandes cosas esta noche. Cuando finalmente logro entrar, siguen ahí. Esperando. Fisuradísimos. “Aguante Intoxicados, loco”, fue lo último que me gritó el pibe. “Eso, aguante”, pienso, sin decirle nada, mientras entro a Hangar. “Aguante”, es lo que retumba en mi cabeza mientras suena la banda durante casi tres horas. Un show larguísimo, como todos los de Intoxicados. Aguante, mucho aguante.

Piedrabuena es un barrio humilde, de casas bajas, negocios modestos, y la presencia amenazante de Ciudad Oculta como estigma. La sala donde ensaya Intoxicados (y donde siempre ensayó Viejas Locas) queda a una cuadra de esa villa gigante. Parece un chiste y de los malos: estamos a una cuadra de “la Oculta” y no hay luz. Hace algunos días hubo un desperfecto que nadie arregló y, obviamente, no voy a poder ver ni escuchar el ensayo porque no va a haber ensayo. Pity propone que vayamos a hacer la nota a su casa, no muy lejos.

      El departamento de Pity queda en el barrio Samoré, uno de los complejos de edificios que hay en Lugano. Es extraño: para alguien habituado a vivir en zonas más céntricas o en barrios más ilustres, puede parecer un páramo. Sin embargo, ahí está el atractivo de ese sitio: es un complejo de edificios, pero hacia donde se mire hay grandes zonas verdes. La vista del departamento de Pity es realmente muy agradable. En ese departamento, con algunas paredes pintadas de colores y otras demolidas para hacer más amplios los ambientes (todo obra de su propietario), Pity escribe sus canciones. Allí tiene un piano, una portaestudio, algunas guitarras, un teclado y una máquina de ritmos con las que despunta su nueva pasión: el hip hop.

      “Me parece una música callejera, que me sirve para decir cosas”, cuenta. “Los armo de manera muy distinta que los demás temas. Yo agarro y escribo algo todo derecho, sin que rime, sin versos. Y después lo corto para que entre en el ritmo. Las que más me gustan son las que quedan sin rima”. Me muestra un tema, Una vela, que alguna vez ensayaron con Viejas Locas, pero que nunca tocaron en vivo porque los demás músicos sólo querían rocanrol. A partir de este nuevo disco de Intoxicados (el segundo, titulado sugestivamente No es sólo rocanrol), Pity le va a dar un espacio al hip hop, aunque advierte que podría hacer un disco sólo con ese género. Me muestra otro, increíble, cuya letra dice “te lo digo hermano, no te hagás el mexicano, que esto es Argentina, esto es Lugano”. Pero, a diferencia de Una vela, este no formará parte del nuevo disco.

      El hip hop parece un género hecho a la medida del estilo canyengue arrabalero de Pity Álvarez. Pero él quiere ir por más. Y me muestra algunos tangos que tiene escritos y grabados de manera casera, guitarra y voz. Me dice que también tiene algunos boleros. “Pero todo eso es para después de los 40, porque para cantar tangos o bolero tenés que haber vivido algunas cosas que yo todavía no viví”, aclara. “A mí, excepto la cumbia, me gusta toda la música. Me encantan Mercedes Sosa y María Martha Serra Lima”.

Hace tres años, Cristian Pity Álvarez dijo basta. Viejas Locas, la banda que él lideraba, llenaba tres Obras y era nueva promesa del rock nacional y popular. Tenían un contrato con una compañía multinacional, habían sido teloneros de sus admiradísimos Rolling Stones y, además de girar por todo el país, comenzaban a tocar en algunos países vecinos. (Pity guarda un gran recuerdo de Paraguay, y, aunque no le gusta el fútbol, en los shows suele usar una camiseta de Olimpia que le regaron unos amigos en ese país). Pero Pity se bajó del barco, justo cuando todo parecía ir de mil maravillas. “No tiene sentido seguir si no hay onda entre nosotros”, fue su planteo. Las diferencias que llevan a la disolución de una banda suelen ser muchas y de todo tipo. Pero más allá de problemas personales, lo que es seguro es que en Viejas Locas había diferencias musicales.

Pity me confiesa que haber dejado Viejas Locas fue para él un alivio, porque pudo dedicarse a hacer otro tipo de música que los demás integrantes no sentían. “Como el reggae, que es algo muy sencillo. Son dos notas nada más. Y si no lo sentís puede ser un embole. Es como tocar AC/DC: el bajo toca todo el tiempo una nota. Pero hay que tocar esa nota. Tenés que sentirlo, porque si no no sirve”. Cuando Viejas Locas dejó de existir, Abel Meyer, el baterista, se quedó en Intoxicados. A ellos se le sumaron Jorge Rossi (ex Gardelitos) en bajo y un guitarrista de 19 años, Felipe Barrozo. Los otros músicos (Adrián Burbuja Pérez en teclados, Peri Rodríguez en armónica y Víctor en saxo), también siguen con Pity. Los demás Viejas Locas, con algo de malicia, hicieron circular la noticia de que Pity se iba a dedicar a hacer hip hop, sólo porque tenía un proyecto paralelo muy informal, con el que se presentó un par de veces en unas fiestas de La Oculta. Allí Pity tocaba los temas que los músicos de su banda no querían hacer, por considerarlos “poco rockeros”.

Por eso el primer corte del primer disco de Intoxicados se llamó ¿Quieren rock?, el mismo slogan que utilizaron para los volantes que anunciaban su debut en Cemento. El disco, de todos modos, era mucho más que eso. Los chicos querían algo más que rock.

La prueba de sonido se demoró bastante, pero Pity está de buen humor. Dice que va a cantar un tema que va a ser una bomba y lo dice porque está por cantarlo por televisión.

Esta noche Intoxicados va a actuar en CM, el canal musical de Crónica. Frente a mí, a Jorge y a Cristian, el manager, Pity cuenta los secretos de una dieta nutritiva: “Yo cuando veo que el queso blanco está con algo verde encima, agarro y se lo mezclo igual al arroz o a los fideos. Lo mismo si tengo una hamburguesa un poco abombada o un pedazo de pan un poco verde. No digo que esté todo podrido, pero un poco pasado está bien. Creo que eso te hace más fuerte. O el agua, que ahora en Lugano viene con una baranda a lavandina bárbara. Yo la tomo igual ¿No viste que los perros de la calle comen de las bolsas de la basura y toman agua de la zanja? Bueno, yo quiero ser como un perro de la calle”.

      El tema que era una bomba es Una vela. Pity canta: “Cerca de mi casa vive una chica/ que por cinco mangos te chupa la pija/ yo la conozco desde muy pendeja/ por eso no me cobra si quiero tocar sus tetas./ Ella vive a dos casas de mi puntero/ por eso cuando voy a comprar faso la veo/ ella me dice “chico, invitame a fumar un porrito”./ No te asustes por lo que te cuento/ pero en mi vecindario todo esto es cierto/ todos llevan fierro la yuta tiene miedo/ entonces tiran sin preguntar primero./ Y esquivando balas voy en bicicleta/ a la casa de mi puntero a buscar mi hierba/ él tiene ese faso rico/ que cuando lo fumo quedo bien chino./ Y cuando salgo estoy atento/ porque la yuta siempre se esta escondiendo/ los putos me persiguen porque fumo marihuana/ y yo los mando a la concha de su hermana./ Yo voy por un camino de tierra/ la lancha no me alcanza está hecha mierda/ alguno se baja y me empieza a correr/ pero no van a garrarme porque sé qué hacer./ No voy a dejar de pedalear hasta que salga/ por atrás de la calle Pilar/ y voy a doblar en Echandía/ porque sé que ahí hay un solo policía./ Él me conoce no me va parar/ sabe que no ando en nada ilegal/ que solo vengo a comprar mi hierba/ para tirarme bajo el sol y fumarme una vela”.

Me dijeron que la nota era a las tres, así que llegué a las cuatro a la sala, pero Pity recién me atendió a las cinco. Cuando llegué, Jorge me dijo “disculpá, pero mirá” y abrió la puerta de la sala propiamente dicha. En el piso estaba durmiendo Pity con dos chicas (fans mendocinas residentes en Mar del Plata, que habían viajado con ellos después de un show en La Feliz) y una de las perras que cuidan el lugar, todos acomodados en una alfombra vieja y sucia. “Hola, Pablo, ¿hace mucho que estás?”, se preocupó Pity una hora después, cuando me vio, recién levantado. Fue hasta la cocina, se preparó un café con leche y prendió una pipa. Pity tiene un estante de una alacena lleno de pipas. Las hace con botellas de gaseosa y un tubito y sirven para fumar crack. Pity convida todo (cerveza, gaseosa, comida, porro) menos crack. Y no lo hace de mal anfitrión, sino porque trata de cuidar a la gente y sabe que las pipas no son algo bueno para convidar. No está en un buen día, a pesar de que pudo descansar: durmió 14 horas seguidas después de estar cinco días despierto. 

      “Desayuno y charlamos”, me dice, pero no. Los chicos de la banda están esperándolo para ensayar, las otras mendocinas están tomando algo en la cocina y la sala es un caos. Mientras Pity toma café y fuma su pipa los músicos empiezan a ensayar. Pity charla sobre algunos problemas de la sala, cuestiones técnicas y de organización que terminan de ponerlo de mal humor. “Vamos a hacer un par de temas y si querés después charlamos”. Tampoco. Sé que ese no es el día. Tocan unos cuantos temas, el clima no es bueno y nada termina de sonar bien. Recién al final, solo con Jorge y Felipe, algo más relajado, Pity logra algo parecido al buen humor: el ensayo terminó, pero él se queda cantando algunos tangos de Daniel Melingo. Pity es un excelente cantor de tangos porque a Pity le creés todo.

“Sé que soy un personaje. A mí me pasaron cosas muchas más raras que las cosas más raras que me contaron que les pasaron a los demás. Por ejemplo, la otra vez estaba muy mal, re duro y me fui a la Perito (la villa que está en la avenida Perito Moreno, frente a la cancha de San Lorenzo) en rollers”. Pity va a la villa a comprar droga. “Me conozco a los punteros de todas las villas. Para mí ir ahí es lo más normal. Adentro de la villa está todo bien. El problema es cuando salgo, porque siempre está la yuta”. Hace poco Pity tuvo un problema serio con la policía. En realidad fue al revés: fue la policía la que tuvo un problema serio con él. “Yo nunca bardeo a los ratis. Si me llevan, aprovecho para dormir. En San Martín de los Andes, cuando fuimos a filmar el video (de Se fue al cielo) caí en cana por fumar porro en la calle. El rati me empezó a bardear con que por ahí me dejaba salir y yo no insistí, que era lo que él quería. Y me terminó echando, diciéndome ‘esto no es un hotel’”.

Pero esa vez a la salida de la Perito fue más jodido. “Me dijeron que firmara un papel, yo firmé, pensaron que los estaba bardeando y me cagaron a palos entre cinco”. La firma de Pity dice “Viejas Locas”. “Firmo así desde los quince años, de antes de formar la banda”, dice y me muestra el documento: efectivamente, dice “Viejas Locas”. Pity dice que no les guarda rencor a los policías y que prefirió no hacer la denuncia porque no le gusta mandar en cana a nadie. A cambio, compuso un hip hop que dice “el pibe más tonto de mi escuela se hizo policía/ el pibe más trolo de mi barrio se hizo policía”. “Es mi forma de denunciarlos, con el arte. Si fuera pintor, pintaría un rati al que se lo están culeando. Pero como hago música…”

Se lo ve feliz en el estudio. Feliz y lúcido. Le pregunto si anda mejor con las drogas, porque en las horas que llevamos acá apenas fumó un par de porros y se tomó unas de esas pastillas efervescentes con vitamina C, que se disuelven en agua. Nada raro, nada pesado.  “No, sigo igual. Soy un adicto. Y lo que más me jode es que es la única cosa en mi vida que no puedo controlar. Yo soy adicto al crack, que es algo re pesado. La merca ya no me pega. No está bueno, pero no puedo zafar. No quiero que los pibes piensen que está bueno porque no está bueno. A ellos les digo que quiero ser el último intoxicado”.

“Me aburre tocar todo el tiempo rock cuadrado. Para dedicarte a un solo género tenés que ser un gran músico para poder encontrar variantes en algo que siempre es parecido. Por eso nosotros queremos cambiar, tocar cosas distintas”. Jorge está convencido de que este es EL disco de Intoxicados, donde profundizan la variedad de estilos y sonidos que estaban en el primero. Tanto que tienen como invitados al guitarrista de jazz Valentino y a Ezequiel Araujo, tecladista y electoman de El Otro Yo, que tocó teclados y metió unas cuantas secuencias. No es sólo rocanrol, pero les gusta. “El título es una ironía –reconoce Pity-. En los shows me gusta decir que somos la primera banda de neopunk o cosas por el estilo. En el disco hay de todo: rocanrol, reggae, hip hop, rockabilly, punk rock y simples canciones”. Como No tengo ganas, un tema que remite muchísimo a Andrés Calamaro, tanto o más que Se fue al cielo, del primer disco. Excepto por un intermezzo muy tanguero, que Pity está grabando ahora con su mejor voz de quinta madrugada al hilo.

Las letras de Pity son la más pura (y cruda) poesía arrabalera que dio la música popular argentina en muchos años. Historias descarnadas de drogas, putas, chorros y ratis; de miseria y falta de trabajo; de vida cotidiana en un barrio pobre. Pero, aunque aclara que no se trata de un disco conceptual, las canciones (diretas, terrenales, doblemente barriales por barrio y por barro) están atravesadas por una preocupación cósmica. “Un ser humano puede ser un átomo, algo insignificante, pero también un universo”, reflexiona. “Creo que el ser humano ideal no debería tener piernas ni brazos y ser ciego, sordo y mudo”. Algo así como la soledad absoluta, la reflexión permanente, la introspección total. Me pregunto cuánto habrá de todo eso en este tipo de 30 años que no sabe qué día es, que cada tanto pregunta la hora por curiosidad, pero le da lo mismo si son las tres de la tarde o las tres de madrugada, que parece vivir en otro mundo que no es este, pero que tiene una sensibilidad increíble para encontrar poéticas en ese universo imposible.

“Me gusta experimentar conmigo mismo. Como no creo en nada más que en lo que me pasa, no soy ni siquiera ateo, trato de probar todo en carne propia. Así como pruebo comida en mal estado, también hago unos cócteles raros con distintas pastillas. Me hace bien, estoy más fuerte. El otro día probé con un trago. Yo no tomo alcohol, pero agarré un poco de marihuana y la puse en un vaso con alcohol fino. Con el alcohol o con una materia grasa, la marihuana larga todo el THC, que es principio psicoactivo. Lo dejé un rato, hasta que se puso verde, le puse un sobre de jugo y me lo tomé. Es muy energético”. Mientras dice esto, prende en una lata un poco de lavanda, incienso y sándalo. “Estos humos te purifican. Los que no lo toleran es porque no tienen buena energía”.

Me cuenta que lleva cinco días sin dormir y, aunque le creo (ya les dije que a Pity le creo todo) cuesta creerle. “Es que la piloteo, ya soy así. Después, cuando duermo, puedo dormir un día entero. No se lo recomiendo a nadie, ni quiero que nadie piense que soy un chabón re pulenta por eso. Pero así vivo”. Me pregunto qué ocurriría con Pity si estuviera un poco más limpio, si dejara las drogas duras, si viviera un poquito menos al límite. Y me pregunto qué pasaría con su obra, con sus canciones, con su poética extrema acorde con esa vida extrema. No por juzgarlo, ni siquiera por cuidarlo.

Lo que en realidad me pregunto es si realmente es feliz. Se lo digo y se queda pensando un rato. “Sí, estoy muy contento con poder hacer lo que me gusta. Pero no es fácil vivir como yo vivo. Muchas veces extraño cuando tenía que levantarme temprano para ir a laburar”.

Una vez más, y como siempre, le creo.

(((RECUADRO)))

Apariencias

No hacía falta, pero de todos modos Pity me aclara que no le importa nada su apariencia física. “En mi casa tengo un solo espejo, en uno de los baños, el de las visitas. Lo puse porque sé que a la gente le gusta mirarse al espejo, pero yo nunca me miro. Será porque no me gusto mucho no sé”. En estos momentos lleva un buzo de rugby pintado con marcador y el pelo teñido con claritos rubios agarrado con un par de trozos de telas que hacen de vinchas improvisadas. “Siempre me pongo algo en la cabeza porque si no el pelo se me para”, y mientras dice esto se saca las vinchas y le quedan unas tupidas crenchas erguidas al mejor estilo de su admirado Bart Simpson.

      Lleva, también a modo de vinchas, unos anteojos vintage gigantes, dignos de un Babasónico, banda a la que admira y quiere mucho. “Adrián (Dárgelos) me invitó a cantar como invitado un par de veces. Me encantan los Babasónicos y me gusta la onda que hay con una banda que por ahí mucha gente piensa que no tenemos nada que ver. El público de rock tendría que tener la cabeza más abierta”. Pero el parecido termina ahí: todo lo demás en Pity es la antiestética menos cuidada del rock argentino. Las consecuencias de la falta de espejo saltan a la vista. “Una vez salí de mi casa y, como en el ascensor hay un espejo, me di cuenta que tenía tres pares de anteojos como vinchas. Y el otro día me puse un pañuelo en la cabeza y comprobé que ya tenía puestos otros siete cachos de tela para sostenerme el pelo. Lo que pasa es que en general estoy en cualquiera, y encima la droga me anestesia el cuerpo y no siento nada. Tengo tres pares de anteojos en la cabeza pero yo no siento nada”.

(Publicado originalmente en revista Rolling Stone, julio de 2003)