Reconocimiento público de un hecho vergonzante o de un error. La política argentina no es muy rica en autocrítica y, por lo tanto, en perdones. Pero hubo algunas excepciones que, por ser tan pocas, logran una relevancia especial. Por un lado, el perdón de un ex presidente que, a poco de ser elegido, organizó un acto en uno de los centros clandestinos de detención de la última dictadura cívico, militar y religiosa. A pesar de que este presidente sobreactuó demasiado su supuesto papel durante la resistencia a esa dictadura (no hubo resistencia alguna: los matices van de la indiferencia hasta una leve complicidad y, por otra parte, el riesgo de las fuerzas armadas como factor de desestabilización política era nulo, con lo cual eran un blanco muy fácil) este pedido de perdón ubicó a este presidente como un paladín de los derechos humanos y la lucha contra los genocidas. El más reciente pedido de perdón lo protagonizó el Ministro de Economía en España. Allí el ministro pidió perdón por la estatización de una empresa española que poseía la explotación petrolera en la Argentina. Luego de esta estatización, la empresa pasó a ser una sociedad con control estatal. Hay que destacar que, lejos de haber sido expropiada (algo que podría haber justificado al menos un poco más el pedido de perdón del ministro), la empresa fue vendida al Estado argentino, a un valor de venta mucho más alto que el que tenía, según cotización internacional. Antes que estos dos pedidos de perdón, hubo otro: “Perdón Bilardo” rezaba una bandera en el estadio Azteca, México, en 1986, cuando se jugó la final del Mundial de aquel año. Carlos Bilardo era técnico de la Selección y, antes del comienzo del Campeonato del Mundo, fue duramente cuestionado por los medios y los hinchas, por el juego muy pobre que desplegaba el equipo.