HAMBRE Y CONSUMO EN EL REPARTO DE LA FLAMANTE TARJETA ALIMENTARIA

En la Universidad de La Matanza hay miles de personas esperando a que les den su tarjeta AlimentAR. Hay gente que hace fila y hay gente que espera. Todo bajo unas prolijas carpas gigantes, imprescindibles para evitar la inclemencia del sol del mediodía en enero. En la entrada, varios empleados de la Municipalidad le reparten a la gente botellas de agua saborizada.

       “El trámite puede durar entre 20 y 40 minutos como mucho, incluida la charla”, dice Susana, empleada del municipio, que lleva una pechera en la que se lee, grande, “Fernando intendente. Verónica vicegobernadora”; y abajo, bastante más chico: “Municipalidad de La Matanza”.

       Susana explica con entusiasmo militante el asunto: “A la gente se le anuncia unos días antes que tiene que concurrir, día y hora, se le da un número, con eso saca la tarjeta y de acá se puede ir a hacer las compras. Si no tienen DNI, lo pueden hacer acá. Y al final reciben una charla sobre nutrición”.

       Todo lo que dice Susana se cumple al pie de la letra. “Va muy rápido, no lo puedo creer”, dice María, de González Catán, cuatro hijos, que está esperando para recibir la charla sobre nutrición y exhibe su tarjeta en una mano. “No tardé ni media hora, ya me la dan, de acá me voy a hacer las compras”, dice Evelyn, de Isidro Casanova, que vino con sus dos hijos. Uno tiene puesta una camiseta de Almirante Brown y otro la del París Saint Germain.

       Sergio tiene seis hijos y es de los pocos hombres que está esperando la tarjeta. Se lo nota preocupado. “En una hora y media tengo una entrevista de trabajo en el centro y no sé si llego”, dice. Sergio está con su mejor camisa y su mejor pantalón, elegante, prolijo, esperando la charla sobre nutrición. “Es la única forma que tengo de conseguir una changa como chofer”.

       Como los demás, Sergio está entusiasmado con la ayuda que le va a significar la tarjeta. Y también está sorprendido con la rapidez del trámite. A su lado, Analía asiente, mientras amamanta a su bebé. “Por ahora es el único, pero esto es una ayuda grande”, explica.

       En la Universidad de la Matanza hay esperanza. O al menos alivio. La gente que se acercó hacia allí la está pasando mal y la tarjeta representará una ayuda. Una ayuda que en este momento se vuelve imprescindible.

       La tarjeta AlimentAR es una iniciativa del Ministerio de Desarrollo Social, forma parte del plan Argentina Contra el Hambre y se implementa en el territorio a través de los municipios. Pero los municipios no intervienen más que en el trámite. No deciden a quiénes se la dan, no hay ataduras de ningún tipo.

       Es como una tarjeta de débito, pero con la que no se puede retirar dinero. Sólo comprar alimentos (excepto bebidas alcohólicas) y productos de limpieza. La única exigencia es que haya posnet. Para los comercios funciona igual que una tarjeta de débito.

       Los beneficiarios de las tarjetas se deciden por la Asignación Universal por Hijo. La gente que tiene la tarjeta puede optar por comprar lo que quiera: carne, fideos, yogurt, arroz, harina, lo que fuera. Se asignan 4 mil pesos por mes a quienes tienen un hijo y 6 mil a quienes tienen más de uno.

       En los comercios la tarjeta también fue bien recibida. En general. Porque siempre hay excepciones. Hay quienes aprovecharon el asunto para poner una recarga de entre 10 y 20 por ciento por compras con AlimentAR. “La plata se acredita en 48 horas y no sabemos qué puede pasar”, explica un comerciante que prefiere no poner el cartel con el 10% de recarga para AlimentAR porque “están vigilando mucho”.

       En los barrios, el gran problema es la falta de comercios con posnet. Se supone que el uso es obligatorio. Pero es sabido lo que ocurre muchas veces con las leyes y las obligaciones cuando de cumplirlas o no depende la subsistencia de un pequeño o minúsculo comerciante. Cualquier semejanza con un mantero es pura coincidencia.

       En la puerta del supermercado El Zonda, en Rafael Castillo, hay un hombre con dos mujeres y tres chicos. Llevan ocho bolsas llenas. “Compramos de todo: fideos, carne, leche, pañales, arroz”, dice una de las mujeres. Y agrega: “La tarjeta nos salvó, hace mucho que no hacíamos una compra tan grande”.

       “La tarjeta nos salvó”, repite el encargado del supermercado. El Zonda tiene seis cajas y carnicería. “Tuvimos un 2019 durísimo. Llegamos a habilitar una sola caja, porque no venía nadie y no podíamos afrontar los gastos. Hoy ya tenemos cuatro, tuvimos que tomar a varias chicas y chicos. Y en cualquier momento completamos las seis”.

       El impacto de la tarjeta fue inmediato. “La gente salía de la Universidad de La Matanza y venía directo para acá, una locura”, dice el encargado de El Zonda. “Yo tenía miedo por lo que podía pasar en enero, con mucha gente de vacaciones y después de las fiestas, pero con la tarjeta esto explotó. ¡Volvimos a vender yogurt! Yo venía pidiendo yogures por unidad, y ahora volví a pedir cajas”.

       Según el encargado, esto va a generar una reactivación porque el impacto se está sintiendo en todos lados. “Los proveedores no lo pueden creer, fue un cambio total de un día para el otro. ¡Volvimos a pedir pastas frescas! El otro día se nos acabaron los ravioles y los fabricantes me decían que no podían entregar más porque no daban abasto”.

       Las respuestas son más o menos las mismas en varios comercios: una carnicería en Laferrère, una verdulería en González Catán. Por lo general se trata de comercios grandes o de zonas céntricas. En los barrios la cosa está más complicada por la ausencia de posnet y la crítica, por lo bajo, casi desde la clandestinidad, es que “esto finalmente va a terminar beneficiando a los más grandes”.

       Mientras tanto, la gente se siente aliviada. Un alivio que habla más de la magnitud del problema del hambre que de la certeza de la implementación de la tarjeta. Por más que esta implementación esté generando alivio y trayendo un poco de calma. Y se esté haciendo, al menos en La Matanza, de un modo muy prolijo.

       Bajo la carpa gigante en la Universidad de La Matanza, desde el sector de los escritorios del Banco Provincia, se escucha el grito de varios empleados, festejando. Son las tres de la tarde y acaba de cerrarse el día de trabajo (en horario bancario) con la cifra de 8500 tarjetas asignadas. Al municipio de La Matanza le corresponden en total 63 mil.

       Desde la otra carpa gigante, donde se da la charla sobre nutrición, Cecilia (empleada del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación) y Melina (empleada de la Municipalidad de La Matanza) se sienten un poco avergonzadas. “¿Qué festejamos?”, se preguntan. “La medida es muy buena, la tarjeta es necesaria, pero esa cifra significa que existen 8500 personas que están en una pobreza extrema, no hay nada que festejar”.

       A su lado, Fernanda, también de Desarrollo, también de Nación, lo ve de otra manera: “Es cierto, son números de pobreza pero, ¿sabés lo que es que un montón de empleados bancarios, que deberían estar en una oficina con aire acondicionado, hagan suya esta causa? Para mí eso los humaniza y los dignifica”.

       Fernanda dice que es fundamental la charla sobre nutrición. “El programa se llama Argentina Contra El Hambre, pero hambre hay en Jujuy, en Salta, en Tucumán”, explica. Acá en La Matanza no hay hambre, hay mala nutrición. El problema es de mala alimentación. La gente come harina pero no verduras, no proteínas”.

       La tarjeta AlimentAR parece estar arrancando bien. Claro que esto habla de lo desesperante que era la situación de la que se partió. El tiempo dirá si es uno más de los inventos argentinos que quedan en el olvido o si se perpetúa en el tiempo porque también se perpetúa el problema que, se supone, vino a combatir.

       Por el momento, en La Matanza hay, si no esperanza, al menos alivio. Los carteles hiper personalistas (con los nombres de Fernando y Verónica mucho más grandes que el logo de la municipalidad) son la garantía de una buena atención para gente que no está acostumbrada a ser tratada bien. Tanto que en estos días hubo gente haciendo cola toda la noche frente a la Universidad, pensando que la única forma de obtener este alivio era con un sufrimiento extremo.

       La Matanza. Una municipio con muchos municipios. Un país en medio del conurbano. Un lugar con un nombre que parece una condena y un destino. Y lo peor de todo: un destino que, como el nombre, nadie discute y mucho menos se pone a pensar en él.

       En La Matanza por el momento hay cierto alivio. Y eso es importante. Porque desde el alivio se puede empezar a discutir. Se puede arrancar una conversación llena de matices y de contradicciones. Y se pueden empezar a desnudar las miserias.

       Se trata, pues de empezar a escribir una historia, la historia. Ya no sobre la implementación de una tarjeta, de cómo la recibe la gente beneficiada o de cómo reaccionan los comerciantes, sino de lo que realmente importa: la calidad de vida que deseamos y nos corresponde tener.

       Mientras tanto, valga este relato sin pretenciones, con un tema concreto.

       Composición tema: el hambre.

Publicado originalmente en diario Perfil el 1-2-2020. Nota en el diario acá https://www.perfil.com/noticias/politica/hambre-y-consumo-en-el-reparto-de-la-flamante-tarjeta-alimentaria.phtml