EL ALMA ZEN DE UN PUEBLO (UN GOY EN LAS COLONIAS JUDÍAS 3)

En la antigua estación de trenes de Clara hay un museo. El Museo Histórico Regional Villa Clara. Un museo muy bonito, muy bien conservado. Con un gran galpón con autos y máquinas de hace muchas décadas, a veces cerca de un siglo. Y con un lugar no muy grande, de habitaciones, con objetos cotidianos y muchas fotos y documentos.

      El museo de los inmigrantes es un elemento común en todas las colonias judías de Entre Ríos. Y si bien el más importante es el de Domínguez, el de Clara es el más bonito y el más amplio. Como si se tratara de un juego de palabras, en el museo la historia de Clara se aprecia clara.

Villa Clara se fundó en 1902. Y se llama así en honor a Clara Bischoffsheim, la esposa del barón Hirsch. Hasta estas tierras llegaron 70 familias de colonos, que huyeron de los pogroms y fueron asignados a esa zona por la Jewish Colonization Asociation, fundada por Hirsch.

Todo eso está contado en el museo. Y los cuartos tienen recreados un aula, un consultorio médico, un salón y una cocina. Además de un cuarto con toda la información de quienes llegaron, fotos, valijas, documentos. Están la bandera y el himno de Villa Clara. Y también documentos y fotos de los pilares que fundaron los colonos: la caja rural, la cooperativa y el banco.

Dentro del museo hay elementos de uso cotidiano, cosas de médicos, de la escolaridad. Hay libros en idish, documentos, libros contables, herramientas del campo. De todos los objetos, el que más me llama la atención fue el retrato de un señor con barba tupida y gesto serio.

En realidad, no tanto el retrato. Tampoco su nombre y apellido, debajo: Jorge Wolcomich. Lo que me llama la atención es lo que dice más abajo: “Primer médico de Villa Clara”. Y recién me llama la atención cuando veo que al costado del retrato está colgado un documento: la nómina de los primeros intendentes de Villa Clara. Veo la lista y, ¿quién aparece primero? Jorge Wolcomich.

O sea, al tipo sus paisanos le hicieron un retrato cuando se murió, como homenaje, porque fue un tipo muy importante en la historia del pueblo. Y destacaron como el principal motivo para recordarlo que haya sido el primer médico del pueblo y no el primer intendente del pueblo. Ese es el pueblo del que se cuenta la historia en ese museo.

Un museo que se fundó el 11 de noviembre de 1996, en la que había sido la casa de Jorge Wolcomich. Pero dos años después se trasladó a la antigua estación de trenes.

A un par de cuadras del museo está la sinagoga Beith Iacob. El edificio actual es de 1917. Primero fue una construcción más modesta. Pero luego los artesanos y pequeños comerciantes construyeron ese templo que, en ese pequeño pueblo, impacta. La sinagoga fue también casa de estudios talmúdicos. Y a su lado funcionaba la Escuela Hebrea.

Cuando los descendientes de los colonos comenzaron a abandonar el pueblo, la sinagoga se deterioró. Hasta que un ex vecino del pueblo, que estudió allí y ahora vive en Curitiba, Brasil, y tiene un buen pasar económico, decidió restaurar la antigua sinagoga de Clara.

Hoy la sinagoga impacta. No sólo por lo que significa ese templo en ese lugar, sino por el magnífico estado de conservación. Está el hejal con los rollos de la torá y un rabino suele ir regularmente. Mientras tanto se puede visitar. Y vale la pena visitar.

Unas cuadras más allá se encuentra el almacén La Clarita. Su propietario, Roberto Rin Dorfman, es otras de las posibles síntesis a la hora de encontrar alguien que responda a la definición de “gaucho judío”. Rin es el propietario del último almacén de pueblo que existe en las colonias.

Rin es muy simpático y un buen anfitrión, a pesar de su estado deteriorado de salud. Nos hizo pasar a su casa, una casa rural modesta, pegada al almacén. De hecho, entramos a su casa por detrás del mostrador del almacén.

La municipalidad declaró al almacén “patrimonio cultural e histórico de Villa Clara”. Y si alguien entra al almacén, si tiene la suerte de hacer ese viaje en el tiempo, va a entender por qué es patrimonio de la ciudad.

En principio, por su carácter infinitamente fotogénico: la  inmensa mesada de madera, los muebles con cajones para granos, yerba, legumbres y todas esas cosas que antes se vendían sueltas. Los carameleros, la balanza, cada detalle puesto allí para la venta y acumulado sin ninguna estrategia comercial: la magia del libre albedrío mientras el tiempo se detiene.

El almacén es, de alguna manera, el segundo museo de Villa Clara. Más caótico, sí. Pero tan fotogénico como el otro. Pero no todo es mirar, sacar fotos, perderse entre objetos y olores. También es un lugar buenísimo para ir a hacer compras.

En mi paso por el almacén La Clarita me llevé cuatro botellas de cuatro bebidas alcohólicas: Cubana Sello Rojo, Paddy, Añejo W y Licor de Café al Cognac Tres Plumas. También compré dos casetes: un compilado de cumbias y una versión dudosa de La Mosca y la Sopa, de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Y un par de zapatillas Pampero en caja original.

Todo por un precio muy módico. Como ir al Once, pero en un pueblo de unos 2.500 habitantes. Yo compré todo eso. Y todavía me lamento no haberme traído un par de alpargatas. Aunque no uso alpargatas. Pero estaban tan lindas…  

El almacén La Clarita es tan hermoso que es capaz de desatar en mí una furia consumista que jamás me agarraría en un shopping. Laura fue más modesta: se compró “apenas” tres jabones antiguos. Hizo un par de chistes de humor negro sobre eso. Antes, Rin se había reído de su inmovilidad.

A Rin le tuvieron que amputar las piernas y está sentado en una silla de ruedas detrás del mostrador. El mostrador de un almacén rural de esos que van quedando pocos. Y más si es atendido por un judío, descendiente de los antiguos colonos.

El viaje a Villa Clara es un viaje a las colonias judías, al éxodo de un pueblo, a comenzar una nueva vida. Pero es también un viaje a lo qué pasó después de ese éxodo. Y como ese éxodo, en este territorio, terminaron conformando una identidad colectiva que nos fue constituyendo.

Me quedo con un pueblo que prioriza una profesión u oficio por sobre un cargo público. Me quedo con quien se planta con el humor como bandera. Me quedo con el espíritu cooperativo. Ese es el pueblo al que quiero pertenecer. Entre esa gente me siento cómodo. Así quiero que sea la cosa: Clara.

Publicada originalmente en revista NUEVA SION. Ver acá http://www.nuevasion.com.ar/archivos/30371