DANIEL MELERO, EL HOMBRE QUE SE RÍE DE SU PROPIO MITO

Daniel Melero acaba de llegar a su casa, un piso sobre la avenida del Libertador desde donde se ve el río. Viene de un estudio de grabación, donde le dio “los últimos toques” a la mezcla del nuevo disco de Victoria Abril, una banda electrónica alternativa. Da la sensación de que este hombre de 41 años se pasa el día produciendo, que cada acto, cada palabra forma parte de la obra –artística y teórica- que conforma su vida. Es ahí donde la vida de Melero se cruza con el “mito Melero”: ese que dice que él es un tipo “medio raro”, “maldito” “difícil” y “vanguardista”.

“Esa fama de artista difícil es como un mito –explica-. Y hasta creo que en el comienzo de mi carrera me resultó útil. A un artista que comienza, si no tiene un mínimo de arrogancia, es difícil ponerle atención”. Esa fama de la que habla comenzó en 1982, cuando en el festival Barock a él y a su banda, Los Encargados, les tiraron frutas, piedras, latas y todo cuanto tuvieran a mano un montón de gente ávida de “rock nacional” que no soportó ver a esos muchachitos tecno-dark.

“Si uno escucha ahora el disco de Los Encargados va a escuchar un sonido bien de los 80, nada vanguardista –aclara-. Lo curioso es que los grupos que entonces supuestamente representaban aquel momento han pasado al olvido o suenan muy viejo”. A Melero le causa gracia el “mito Melero” y le gusta jugar con la ambigüedad: “Un amigo me decía que yo era alguien que me gustaba decir ‘vamos para allá’, y señalar para un lado y salir corriendo para el otro”.

Seguramente por eso, quien hoy es considerado el padre del pop electrónico colaboró con Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, en Oktubre, el segundo (y el mejor) disco de la banda que hoy encabeza todos los ránkings de “rock futbolero” que Melero detesta: “Los Redondos me caen bien y su aporte fue haber montado su negocio sólo para ellos. Y tienen muy bien ganado todo lo que consiguieron. Pero en cuanto a lo musical, creo que no existe ningún riesgo, la gente estaba preparada para oir eso desde el momento en que salieron”.

Algo más coherente con su mito fue la colaboración que tuvo durante años con Soda Stéreo: “Lo de Soda fue un poco diferente porque ellos utilizaron la infraestructura de una multinacional y con eso llegaron a todas partes. En cuanto a lo musical, tuvo más riesgo, porque cuando comenzaron la gente no estaba acostumbrada a ese sonido. Y en su discografía uno ve una búsqueda. De todos modos, no creo que las diferencias con los Redondos sean tantas como parecen. Los dos se apoyan en grandes estructuras, los dos tocan en estadios, los dos tienen un público que insulta al otro…”

Lo que ocurre es que Melero desconfía de las mayorías. Se autodefine anarquista y aspira a conmover, pero también a causar sensaciones nuevas en quien lo escucha. Dice que le gusta “lo bello” pero abomina “lo lindo” y que “la belleza puede estar en el container de la cultura”. También se define como un “instrumentista casi nulo” por propia voluntad (“el virtuosismo con un instrumento hace que en algún momento aparezca lo lindo, y ahí es donde el arte se vuelve aburrido”) y dice que los shows masivos lo aburren: “Son todos iguales, ya sea U2, una rave o lo que fuera. Todos apelan a un reflejo condicionado: en los temas lentos, encendedor, en los movidos, pogo”.

En 1998 Melero grabó dos discos para un sello chileno: Uno, con versiones nuevas (no remezclas) de viejos temas suyos hechas por él y algunos amigos. Y Dos, con canciones en las que él canta acompañado por el pianista Diego Vainer. Este último demandó sólo 22 horas entre grabación y mezcla y es totalmente acústico. O sea, una nueva broma sobre su propio mito. “No hay nada que aprender para oir un disco mío. Al contrario, hoy creo que hay mucho por desaprender”, asegura.

Los discos fueron editados en España (Dos fue rebautizado Piano) y seguramente se lancen en varios países más. Además, Melero fue elogiado en varios medios españoles (el diario El País de Madrid lo presentó como “el padre del pop electrónico en Sudamérica”) y piensa salir de gira por aquel país, que había visitado con Soda Stéreo, pero a donde jamás había ni soñado visitar como solista.

Además, ya tiene listo un nuevo disco instrumental, hecho sólo con programas y sonidos que bajó gratis de Internet: “Hay algunas canciones que podría haberlas cantado, y de hecho pienso hacerlas en otro disco que estoy preparando, de canciones. Pero en este preferí dejarlas así, porque este es un disco que podría haber hecho cualquiera. Incluso sin tener computadora, porque podés hacerlo en un cibercafé”. Por supuesto, se declara fanático de Internet porque “hoy es lo más punk que hay” y, por lo tanto, “lo más parecido a la vanguardia que puede ofrecer el rock”. Aunque el término vanguardia no le gusta demasiado: “Hoy la vanguardia está más en la ciencia que en el arte. En los 60 y en los 70, con el punk, por ejemplo, se podía pensar en una vanguardia dentro del rock. Hoy ese lugar lo ocupan, por ejemplo, la genética y la física cuántica”.

            Seguramente ese disco lo edite en el país –de forma independiente- antes que Piano. Fundamentalmente porque a Melero le da fiaca gastar tiempo en proyectos que son “del pasado”. Es por eso que nunca puso demasiada atención en la reedición de su obra. Prefiere gastar su tiempo en “lo que viene”, que por ahora son un par de shows en Buenos Aires: uno en una peluquería y otro en un video porno, ambos acompañados sólo por una computadora. “Actualmente, mi instrumento es el mouse”, dice y sabe que está alimentando el mito. Y se ríe.

Publicado originalmente en la revista LA MAGA, junio de 2000