Intendentes de alguno de los municipios que conforman el Gran Buenos Aires o “conurbano”, ciudades periféricas a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Se utiliza la expresión nobiliaria pues el poder político de algunos de ellos es muy grande, pero sobre todo por algunos manejos más propios de una monarquía que de un estado democrático o republicano: la tendencia a mantenerse en el Gobierno durante muchos años y la tendencia a ubicar a gente muy cercana en caso de tener que dejar el poder. Esta gente muy cercana puede ser familiar: un hijo, un primo, un yerno y hasta hubo un intendente de José C. Paz que una vez tuvo que abandonar el cargo para asumir en un ministerio provincial, y en su lugar dejó a su madre. Pero esta gente cercana no siempre es familiar: entre los barones del conurbano es muy común poner como sucesores a los choferes, gente que, por la cercanía cotidiana, se vuelven de las personas de mayor confianza de los mandatarios. La modalidad de nombrar a los choferes como sucesores políticos o como testaferros es algo que excede largamente a los barones del conurbano, para transformarse en una modalidad típica de toda la política argentina. Pero en el Conurbano es donde esa práctica se vuelve prácticamente una ley. Se suele calificar a los barones con distintos “ismos”, en general vinculados a algún apellido de algún presidente. Pero en realidad, los barones responden a intereses propios, como todo el mundo en la política argentina, con una salvedad: en el 99% de los casos suelen integrar las filas del Partido Justicialista. La incidencia de los barones del conurbano ha sido muchas veces sobredimensionada y en los últimos tiempos quedó claro que nadie tiene el cargo comprado, y hasta el más temido barón puede ser desplazado en una elección, por mandato popular. Cosas que suceden cuando la nobleza depende, de alguna manera, de la voluntad plebeya.