violencia de género

En apariencia, podría parecer que este término se utiliza para designar los golpes dados con un mantel, una sábana, una toalla o tan sólo un pedazo de tela o género. Pero no, su utilización es otra. Al igual que ocurre con casi todo lo referido a género (ver), la “violencia de género” sólo se aplica a los casos de violencia hacia la mujer. La única diferencia con las “cuestiones de género” es que aquí no cuentan las personas trans, y que la “violencia” siempre se refiere a violencia física. Se trata, como todo lo que tiene que ver con “género”, de lenguaje de jerga, de gente iniciada en el tema. Aunque en este caso, el uso es llamativo, porque no se trata de un fenómeno que ocurre y que desde los sectores dominantes se pretende ocultar o minimizar, como ocurre con “femicidio” (ver). Aquí son las propias organizaciones y oenegés feministas (la mayoría) quienes optan por utilizar “violencia de género” (un término de alcance acotado y que no describe con crudeza una situación criminal) en lugar del mucho más sencillo, contundente y fácil de entender “violencia hacia las mujeres”. Muchas organizaciones feministas prefieren complejizar la terminología para hacerse de un coto cerrado apto para conseguir subsidios. Es decir, para vivir del problema. Aunque el costo de vivir del problema sea ser parte y no solución de ese problema. El mecanismo es análogo al de los economistas que disfrazan de terminología técnica algo que, como el dinero y las transacciones comerciales, están al alcance de todo el mundo y forman parte de la vida cotidiana de cualquier persona. Es decir, esos economistas (y esos medios que los avalan y amplifican sus discursos) para quienes los “pobres” se transforman en “personas de bajos recursos”, o el “aumento del pan y la leche” pasa a ser un “incremento en el valor nominal de los productos de la canasta básica de alimentos”.