Uno de los pilares en la lista de promesas que debe realizar cualquier candidato que quiera tener algún tipo de aspiraciones para llegar a la presidencia. Sin embargo, hasta hace no mucho el lugar preponderante que solía tener la salud pública fue disminuyendo, dado que la mayoría de la gente que resulta decisiva para un resultado electoral no se atiende en la salud pública. De hecho, no existe ningún funcionario público (si los hay son contadísimas y extravagantes excepciones) que se atienden en la salud pública. A diferencia de la educación pública (a la que sí van algunos hijos de funcionarios), la salud pública sólo es utilizada por gente de bajos recursos. Y aspiracionalmente funciona más como un lugar del que huir, que algo para mejorar y profundizar. Funciona o, más bien, funcionaba. La aparición de una pandemia y los discursos a favor de mantener un sistema sólido de salud pública, inclusive por parte de gente que hasta hacía segundos defendía las privatizaciones, puede crear un nuevo imaginario sobre la necesidad de fortalecer la salud pública. Por el momento, nada de eso ha sucedido: ni lo del imaginario y, mucho menos, una mejora en la calidad de la salud pública.