NO DIGAS SÍ, DI WII

Lina tiene siete años y está en el living de la casa de una amiguita, jugando a la Wii por primera vez en su vida. Lina toma el control de la Wii. Pone en “opciones” y aparece una “Lina” en la pantalla enorme. La Lina de verdad elige el color de ojos, la estatura, la contextura física, el color de pelo, el peinado (Lina opta por tener el pelo recogido en dos colitas) y la ropa de la Lina de la enorme pantalla y, sí, ya está lista. A jugar. Lina se para frente a la tele y mira a la Lina que está en la enorme pantalla, que a su vez está parada en una cancha (¿se dice cancha? ¿o mesa? ¿o cómo?) de bowling.
Ahora la Lina de verdad toma el control con torpeza, se agita y la Lina de la enorme pantalla corre hasta el límite en el que se puede arrojar la bola; entonces la Lina de verdad mueve bruscamente el control de la Wii y aprieta un botón, y la Lina de la pantalla de repente se da vuelta y arroja la bola sobre un lugar que hasta entonces no había aparecido en la pantalla. Es la parte de atrás del negocio, de eso que en Los Picapiedras se llamaba “el boliche”.
La bola (de boliche) que arroja la Lina de la enorme pantalla va a parar a la cabeza de uno de los tipos que está sentado, también en la enorme pantalla, mirando cómo la ciberLina hace todo mal. Pobre cibertipo, parece uno de los fumones protagonistas de El gran Lebowski. Lina mandó la bola a cualquier lado. Lina es un desastre con la Wii. Lina, qué duda cabe, es mi hija.
Por favor, no hagan que tenga que explicarles qué es la Wii. ¡No pueden ser tan psicobolches! Bueno, está bien, ahí va, pero por esta vez, nomás: la Wii es lo último, una nueva generación de juegos electrónicos que permite interactuar a quien juega con lo que pasa en la pantalla como nunca antes. No tiene un joystick, sino un control de mando que sigue cada movimiento del cuerpo. ¿Suficiente? ¿Qué es lo que voy a tener que explicarles ahora? ¿Qué es una conexión wi fi? ¿Un megabyte? ¿O qué son Facebook o Twitter?
¿Qué, ahora también quieren saber cómo se juega a la Wii? No, mejor ni lo intento. Si sé perfectamente que soy un desastre con los videojuegos, ¿por qué iba a cambiar ahora, con este invento que te permite meterte en la actividad y hasta sudar, quemar calorías y cansarte jugando al tenis o boxeando en un simulador de pantalla? ¿O por qué se creen que mi hija le dio con la bola en la cabeza a ese pobre ciberfumón amigo de Lebowski que estaba sentado en una silla a sus espaldas?
Claro que no deja de sorprenderme el asunto. Casi tanto como me sorprendí la primera vez que me sacaron una foto con un teléfono portátil. Pero no, ya sufrí bastante las dos últimas veces cuando Dante, mi sobrino de diez años, me humilló al fútbol en la Play. ¡Y eso que él jugaba con Racing, lo tenía de nueve al Colorado Sava, y yo tenía a Messi, Henry y Eto’o, con el Barcelona!  De chico fui poco a los fichines. Alguna vez a Sacoa, siempre con amigos. Nunca fui un jugador compulsivo. Y siempre fui amante de los clásicos: Pac Man, Space Invaders, Tetris…
Con el Tetris sufrí mi única adicción a los videojuegos. Fue en el año 99, y yo trabajaba en una revista de rock que se llamaba La García. En las computadoras de la redacción recién instalada estaba el Tetris. No sé si fue el recuerdo por de mi pasión infantil por el Rasti, la fascinación también infantil por ciertos tópicos de la iconografía soviética (recuerdo perfectamente el rincón con los libros de Lenin y la tapa del libro Así se templó el acero, de Nicolai Ostrovsky, en la biblioteca familiar) o todo eso junto, esa mezcolanza de música rusa y bloques de colores; no sé bien qué fue, pero el Tetris me atrapó.
Llegué a tener excelentes puntajes en el Tetris. Y me asumí como adicto el día que decidí instalarlo en casa. Por suerte, mi adicción jamás necesitó una terapia de shock y no tuve que recurrir a un Kalina (a propósito: ¿está bien que un especialista en adicciones, como se autopostula el médico Eduardo Kalina, pese 160 kilos?), a un Cormillot o internarme en la quinta de Palito Ortega para dejar de ser un tetrisómano. Un día dije “chau” y no jugué más. Entonces me sentí aliviado. Hoy, en cambio, lo lamento. Resulta que hace un rato leí una noticia que decía: “Según un estudio, jugar al Tetris podría volver más eficiente el cerebro”.
Claro, muchos creerán que este estudio es un disparate. Y se permitirán dudar simplemente por el detalle de que fue financiado por la empresa que comercializa el juego. ¡No les digo que ustedes son unos psicobolches setentosos! Por eso, ahora no les cuento nada. En realidad, les iba a hablar de la nueva versión del Guitar Hero. Pero si no saben qué es la Wii, ¿qué van a saber lo que es el Guitar Hero? Bueno, está bien, les cuento. Pero esta vez sí es la última, ¿eh?: el Guitar Hero es un videojuego en el que cada jugador simula ser un guitarrista de rock y tiene que ir metiendo notas. El que pifia, pierde.
Los jugadores del Guitar Hero tienen varias opciones para elegir: Metallica, Bruce Springsteen, Motörhead y Aerosmith, entre otros. Pero ahora, en la versión más reciente, también se puede ser Kurt Cobain. ¡Perfecto, el ex cantante de Nirvana es la opción ideal! Como para que nadie diga que los de Guitar Hero discriminan. Ya tienen un rockero muerto: ahora sólo les falta un rockero negro, un rockero judío, un rockero gay y un rockero lisiado.
Yo, por el momento, paso del Guitar Hero. Que quede claro: no es porque discrimino. Al contrario, yo tengo muchos amigos que juegan a la Play, a la Wii y hasta al Telematch. Y cuando digo “Telematch” no me refiero a ese programa alemán de competencias insólitas entre pueblos que solían dar los sábados a la mañana hace como tres décadas o siglos, sino a ese prehistórico sistema de videojuegos que se enchufaba a la tele y servía para jugar a una especie de tenis con dos palitos que le pegaban a una supuesta pelota, todo en blanco y negro.
Lo que ocurre es que estoy esperando con ansias la nueva versión de un video juego parecido al Guitar Hero, pero, al parecer, un poco más border. Se llamaría Painted Face Hero y, en su nueva versión, cada jugador puede elegir ser Mohamed Alí Seineldín. Claro, si se puede ser un rockero muerto, ¿por qué no un carapintada muerto? En cuanto llegue, voy a intentar jugar con Lina. En una de esas, con suerte, esta vez la cosa no sale tan mal y no termina todo con un indulto masivo. Y, lo que es mejor todavía, tal vez padre e hija logramos afinar la puntería y logramos que nadie termine con una bola en la cabeza.

Publicada originalmente en el diario MIRADAS AL SUR, 6-9-2009