DANIEL SANTORO, EL ARTISTA DESCAMISADO

“Te tengo que mostrar algo”, me dijo hace un par de años el gran artista Daniel Santoro en el salón de Pasos Perdidos del Congreso de la Nación, durante la primera entrega de los Premios Democracia que organiza la revista Caras y Caretas. Santoro me encaró en un rincón y abrió un cuaderno de apuntes. “Mirá”, agregó, provocador, con la sonrisa de un chico que acaba de hacer una travesura.

         Me mostró un dibujo hecho en tinta china, donde estaban Eva Perón y Victoria Ocampo besándose apasionadamente en la boca, con la manos de una en los genitales de la otra. “Eva y Victoria”, era el título. Me volví loco. La imagen era magníficamente provocadora, porque Santoro es EL pintor peronista. Alguien que ha tomado para su obra la iconografía del primer peronismo, esa que va de los libros escolares a los afiches, todo signado por un culto a la personalidad, donde Evita siempre aperece como santa.

Para Santoro, Evita es un ícono, que por momentos puede ser una santa y por otros una guerrera. Pero nunca un ícono sexual, y mucho menos lésbico. Ese magnífico dibujo de Santoro me resultó tan sorprendente como ver una escena porno gay pintada por Piero Della Francesca.

–Por favor, quiero ver esta imagen como uno de tus cuadros –fue lo primero que se me ocurrió decirle.

–No puedo –me contestó, como si se tratara de un impedimento físico: una alergia, una prescripción médica, un impedimento motriz o algo así–. Me da para hacerlo así, como boceto, pero no puedo llevarlo a gran formato.

         –¿No me dejás publicarlo en algún lado? –insistí, maravillado con el hallazgo.

         –Dejámelo pensar –accedió–. Pero está difícil. Apenas si puedo dibujar esto.

         Algunos años después, se hizo justicia y todo el mundo puede ver ese dibujo. Daniel Santoro acaba de publicar Libros de apuntes (1990-2014), una monumental edición facsimilar de una selección de los 37 cuadernos de apuntes que el artista realizó en bares, la mayoría de Buenos Aires. Por supuesto, está “Eva y Victoria” y también otras joyas como el “Voto femenino verticalista”, con una urna con forma de vagina. Y los bocetos de muchas de las obras que Santoro realiza después en sus cuadros de gran tamaño.

         Hay también un dibujo en el que se ve al Papa Francisco bendiciendo “La civilización occidental y cristiana”, la famosa obra de León Ferrari del Cristo crucificado sobre un bombardero. Santoro tiene un gran entusiasmo por la llegada de Francisco a Roma, pero también es un gran admirador de León Ferrari. Y tiene una teoría muy interesante al respecto.

         “Creo que hay un gran malentendido con esa obra de León –explica Santoro–. Yo creo que esa es la gran crucifixión del siglo XX. Porque la imagen de Cristo quedó cristalizada en el barroco. Si vos ves todos los cristos de 1600 para acá, más o menos son todos parecidos. Hasta las grandes crucifixiones del siglo XX, como las de Dalí, siguen el canon barroco. En cambio la de León tiene una impronta claramente contemporánea, y es allí donde está la fuerza de esa obra”.

         “Pero hay algo mucho más llamativo, que la mayoría de la gente pasa por alto –continúa–. Y es que el Cristo no es cómplice de lo que representa el avión, sino que es la víctima. Yo se lo dije muchas veces a León, y él no estaba de acuerdo. Decía que quería mostrar la complicidad de la Iglesia. Pero la complicidad de la Iglesia no está representada en Cristo. Para mí Cristo es en esa obra víctima de Estados Unidos y de Occidente, como lo fue en la cruz con los romanos”.

         La intención de Santoro es hacer un poco de justicia con esa obra y, sobre todo, con el sentido de esa obra. “Sé que en algún momento lo puedo llegar a ver al Papa –admite–. Y si es así, le voy a decir que tiene que poner La civilización occidental y cristiana de León Ferrari en la basílica de San Pedro, para honrar a la mejor crucifixión que dio el arte contemporáneo y terminar con tanta confusión”.

         El taller de Santoro es un santuario de todo tipo de imágenes, desde estampitas del Papa hasta colecciones de muñecos, bichos, imágenes, caracoles y lo que sea. Hay también una obra maestra de ferromodelismo: una ciudad llena de escenas en barrios altos y bajos, incluida una villa. Una maqueta con monstruos sociales y reales, que van de Godzilla a la pobreza, pasando por un Ken-descamisado. La maqueta es descomunal y condensa todos los mundos de Santoro. Un mundo que utiliza el ferromodelismo con el mismo desparpajo con el que usó el dorado a la hoja (técnica medieval de pintura religiosa) para darle brillo al peronismo.

En el universo de Santoro conviven Lacan y Perón, Evita y los constructivistas rusos, el conceptualismo y las imágenes populares publicitarias. Además de la ciudad ferroviaria hay otra maqueta monumental: la de un barco gigante donde está narrada la historia del arte, con cada movimiento artístico en un camarote distinto.

Hay también un cuadro que hace referencia a la instalación La familia obrera (1968), de Oscar Bony, que Santoro utiliza para entablar una discusión con la izquierda. “Esa obra quería mostrar la alienación del obrero en el sentido marxista –cuenta–, pero yo hice una continuación en la que el niño, gracias al peronismo, estudia y no quiere saber nada con el origen de sus padres. Se vuelve anti obrero y anti peronista”.

Está también la serie protagonizada por Evita y Lenin, en la que el líder de la revolución rusa aparece como un niño muy preocupado por estudiar pero con poco conocimiento de la realidad. “El peronismo es un producto de la ambición del ser humano, y es al mismo tiempo la conciencia de que existe esa mezquindad y que hay que lidiar con eso. La izquierda parte de un ideal humano que no es real”, dice Santoro.

Y el asunto es clave en su poética: la obra de Santoro tiene humor sin ser humorística; toca la política sin ser lo que se conoce como “arte político”; tiene relecturas de muchos discursos populares y mezcla estilos y discursos, sin ser posmoderna; lleva adelante una fe, sin ser creyente; es contemporánea sin ser vanguardista. Como Leonardo Favio y Leónidas Lamborghini, Santoro es el gran artista peronista. De un peronismo estético y espiritual. O sea, del peronismo que importa. No de ese vulgar peronismo de la rosca: del peronismo impredecible e inclasificable, no apto para europeos. Que por momentos parece lo mismo. Pero no, nada que ver.

Publicada originalmente en revista MU, agosto de 2015