BARCELONA

Fui fundador, director, creador e ideólogo de esta revista de sátira periodística que marcó una época. Aquí, mi historia.

Una vez Claudia Acuña dijo que Barcelona había sido el “que se vayan todos” del periodismo argentino. No hubo mejor definición de Barcelona que esa. Porque si bien el primer número apareció en abril de 2003 (poco antes de las elecciones que iban a terminar consagrando a Néstor Kirchner como presidente de la Nación) Barcelona comenzó a gestarse a mediados de 2001, en medio del “que se vayan todos”.

En ese momento había en Buenos Aires largas colas de gente que pasaba la noche frente a las embajadas de España o Italia buscando una doble ciudadanía que les permitiera armar su vida en Europa. 

Había surgido inclusive uno de esos típicos rebusques argentinos: los coleros. O sea, gente que por una módica suma de dinero, se quedaba toda la noche haciendo la cola, para que uno pudiera dormir y llegar a la mañana fresquito para el trámite. 

Mientras tanto, nosotros (la mayoría del grupo que comenzó Barcelona) estábamos haciendo una revista de rock llamada La García. La García tenía entrevistas a músicos y noticias de rock, principalmente argentino. Pero además tenía unas cuantas secciones satíricas, donde nos reíamos del rock, dentro del rock. 

La de La García era una sátira al rock que generaba complicidad entre músicos y público. Porque la sátira tiene eso: para hacerla bien hace falta una buena dosis de odio (que permita burlarse de aquello que se quiere satirizar) y otra buena dosis de amor, sin la cual es imposible tener el conocimiento minucioso de aquello que se quiere satirizar y hacerlo con calidad.

En La García había una sección llamada Sending Fruit. Que eran noticias ficticias y paródicas del mundo del rock. Y como cada vez nos divertía más eso que las noticias “reales”, un día les dije a mis compañeros: “¿Por qué no hacemos un diario todo en este tono?” 

Hacía tiempo que nos llamaba la atención lo ridículos que eran los diarios. Lo poco que informaban y lo mal escritos que estaban. Nos encantaba comentar las noticias de los diarios, nos reíamos mucho de eso. 

De los diarios en general y de Clarín en particular. Porque estaba mucho peor escrito que La Nación o Página 12. Por otra parte, La Nación o Página tenían una línea ideológica bien clara. Clarín, en cambio, cambiaba abiertamente de manera imprevisible. Y no podíamos creer no sólo cómo era que eso salía publicado: no podíamos creer que ese fuera “el gran diario argentino”, que el canon periodístico argentino fuera tan berreta. 

A mediados de 2001 hice un viaje a Barcelona y a París. En París conocí Charlie Hebdo, y de allí tomé el formato. Y me enteré que había existido, entre fines de los 70 y mediados de los 80, otra revista, anterior a Charlie Hebdo, llamada Hara Kiri.

Cuando les comentaba sobre mi proyecto, mis amigos franceses me recomendaban leer Hara Kiri, pero en aquel viaje no conseguí ningún ejemplar. Recién conseguí algunos en otro viaje, en 2005, cuando Barcelona ya estaba en la calle hacía dos años. Y entendí por qué me la habían recomendado tanto. Pero volvamos a 2001 y a Barcelona, pero la ciudad.

En Barcelona conocí a muchísimos argentinos y también me crucé con muchos conocidos. Cuándo les preguntaba qué hacían allí, todos me respondían lo mismo: “Viendo qué onda”. Y todos se quedaban mirándome extrañados cuando les contaba que yo estaba de viaje, visitando amigos, pero que me volvía a Buenos Aires. 

En realidad yo había fantaseado con la idea de irme. No sólo fantaseado: en un momento lo tenía decidido. Pero cambié de idea. ¿Por qué? Por Barcelona. No por la ciudad, sino por la revista. Cuando volví del viaje lo tenía decidido: “Vamos a hacer la revista”, les dije a mis amigos y colegas. Y se me ocurrió el título: “Barcelona”. Con una bajada: “Una solución europea para los problemas de los argentinos”, parafraseando la bajada del título de Clarín: “Un toque de atención para la solución argentino de los problemas de los argentinos”. 

Empezamos a armar varios números cero, a probar formatos. Yo quería hacerla sábana, como se editaba entonces La Nación, pero era carísimo. Y la idea era hacer algo bien barato. Hacer de nuestras carencias un estilo. Neorrealismo italiano. Pero en Buenos Aires, amanecer del siglo XXI. 

Después del derrumbe de diciembre de 2001 pensé en sacar la revista en marzo de 2002. Me parecía todo un gesto hacer algo nuevo en un momento donde era imposible que surgiera algo nuevo. Pero económicamente fue imposible. 

Mientras tanto, seguimos dándole vueltas al formato. A comienzos de 2003 estábamos listos para salir. La idea, el nombre y el formato habían sido míos, con lo cual mis amigos me dijeron que fuera yo el director y mayor accionista. Les dije que no, que prefería trabajar de manera horizontal, cooperativa, porque creo en el laburo colectivo. Nos prestaron una plata, alguna gente nos dio una gran mano y arrancamos: el 18 de abril de 2003 el número 1 de Barcelona estaba en la calle.

No teníamos mayor expectativa en la venta. Nos gustaba demasiado la revista como para pensar que íbamos a vender bien. Se suponía que lo que vende es lo que pide el mercado, y lo que pide el mercado no suele ser lo mismo que nuestro deseo. Pero Barcelona explotó. Hicimos, eso sí, un buen mailing, nos preocupamos porque le llegara a todo el mundo, la gente que podía gustarle y la que no. Y todos hablaron de Barcelona.

A la semana nos llamó Adolfo Castelo (un capo, un tipazo, alguien a quien admiraba desde antes, desde La Noticia Rebelde, y empecé a admirar más cuando lo conocí personalmente) y nos dijo que quería que Barcelona saliera con TXT, la revista que él dirigía.

A partir del número 5, Barcelona empezó a salir con TXT. Y 8 meses después, Barcelona pasó a ser un quincenario, independiente pero financiado por Capital Intelectual, la empresa que editaba TXT, propiedad de Hugo Sigman.

Con la muerte de Adolfo, volvimos al llano. Porque el acuerdo con Capital Intelectual siempre fue provisorio y la revista siempre fue propiedad nuestra, jamás la vendimos. Y cancelaron el acuerdo. Todo había sido el berretín de un dandy brillante y exquisito como Adolfo, que nos bancó mientras estuvo, a pesar de lo que puteaban a TXT nuestros lectores. 

Para entonces, Barcelona había logrado una buena cantidad de público y nos sostuvimos con eso: con el aporte de nuestros lectores. 

Mientras yo fui editor responsable y director, Barcelona tenía una política muy clara respecto de los posibles anunciantes: nunca salimos a buscar avisos. Si alguien llamaba, le pasábamos un tarifario. Porque sí, teníamos un tarifario. Y si aceptaba, salía el aviso. No importaba quien fuera. Siempre en el interior de la revista: no aceptábamos poner avisos ni en la tapa ni en la contratapa. Mientras yo estuve en Barcelona nunca, jamás, fuimos a ver a ningún funcionario a pedirle pauta oficial. Ni a nadie. 

Con Barcelona recorrí buena parte del país, dando charlas y llevando nuestra muestra de Contratapas. Justamente, no podíamos poner avisos en la contratapa, porque ese era un lugar de una fuerte impronta artística, un formato que, para nosotros, siempre fue tan importante como la tapa. Los canillitas siempre lo entendieron así, y solían colgar la revista mostrando tanto tapa como contratapa.

En la editorial que formamos en Barcelona editamos los libros colectivos (de los que soy co-autor y editor responsable) “Puto el que lee, diccionario argentino de insultos, injurias e improperios”, y “Barcelona 200 años, el libro negro del bicentenario”; además de cuatro libros de autor, todos de dibujantes: “Mama Pierri” (de Sergio Langer); “La esperanza fue lo último que se perdió” (de Diego Parés, del que, además, escribí el prólogo); “Penas de muerte” (de Mariano Lucano); y “El humor de Puto!” (de Puto!).

También hicimos un programa de televisión (uno solo, el resumen anual Los anales de Barcelona, ISat, 2006, conducido por Eduardo Aliverti y Marcela Pacheco) y uno de radio: “Radio Barcelona”, que salió por Radio Nacional entre 2010 y 2011. En el piloto del programa de televisión (que, obviamente, no salió al aire) el conductor fue Fernando Peña.

En diciembre de 2011 me alejé para siempre de Barcelona. 

 

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